lunes, 16 de junio de 2008

JUICIOS, PREJUICIOS, SUPOSICIONES Y PRESUPOSICIONES

José Gregorio Bello Porras

En días pasados recordaba a un viejo colega que hablaba de la existencia de prejuicios positivos. Razonaba él, en su momento, que si existían prejuicios que nos llevaban a pensar y a actuar de determinada manera inadecuada hacia otras personas, basándonos en simples apariencias, condiciones sociales, culturales, raciales, religiosas o de cualquier índole, igualmente existirían unos prejuicios positivos acerca de las personas.

Resumía estos prejuicios positivos en pensar que las personas eran capaces, justas, apropiadas y se comportarían adecuadamente en las condiciones propicias y ante una conducta similar de nuestra parte.

Durante mucho tiempo pensé en la posibilidad de la existencia de ese constructo, de esa hipótesis de comportamiento. Y constituía para mí un ruido aparatoso el llamarla prejuicio.

El tiempo hizo que dejara de preocuparme el concepto en sí mismo y me ocupara más de la conducta que entrañaba el mismo. No porque hubiese adoptado una filosofía pragmática, sino simplemente por no guiarme por una estructura de pensamiento rígido para poder comprender las realidades diarias. Es decir, por haber abandonado el prejuicio de tener prejuicios si estos eran parte de mi comportamiento.

Por más que uno desee ser objetivo, imparcial, justo en sus juicios y sus acciones, uno no parte de la nada. Uno no es una Tabula Rasa, una mesa vacía, una lápida en blanco, sin escritura, durante toda su vida. Ni en ningún momento. Venimos incluso a la vida con nuestras programaciones esenciales.

El no tener prejuicios que lo aten a uno en sus acciones no constituye el ideal de una conducta pura. Sin antecedentes de ningún tipo. Porque uno siempre tiene ciertos principios de acción. Sólo que lee esas inscripciones como guías para esa construcción pero no como planos invariables de lo que uno debe hacer. Son indicaciones, no órdenes inflexibles.

Si hablamos de planos, el plano es uno mismo y es bastante difícil verse tal como uno es. Si lo hace en un espejo, por ejemplo, verá tan sólo el reflejo inverso. Y ello entraña el peligro de construir todo al revés. Pero regresemos al tema.

La experiencia va escribiendo en nosotros. Nos va dictando posibilidades de acción. En ocasiones llegamos a conclusiones, a juicios que nos servirán de principios para conducirnos en la vida. La aplicación de esos principios puede tener diversas consecuencias. Nos ayuda en nuestro quehacer diario o dificulta, en diverso grado, nuestro crecimiento, nuestra comunicación, nuestro intercambio con otros seres.

Los juicios endurecidos, aquellos que no toman de nuevo la experiencia como base de su construcción, los que no se miran a sí mismos, los que no se someten a reflexión, los que no se prestan a la retroalimentación, pronto tienden a convertirse en lo que llamamos prejuicios. Son juicios preconstruidos, aplicables a todo evento siempre que en este se dé alguna de las condiciones del suceso original o que se parezca a aquel en alguna de sus características. El prejuicio nos facilita, pues, la acción, pero evita el razonamiento sobre los hechos o la aplicación de la intuición. El prejuicio es un juego nefasto: tú dices o haces o pareces y no importa, simplemente eres lo que yo supongo.

Claro que en la suposición el problema es de comunicación. Supongo porque no te pregunto lo que piensas. En el prejuicio simplemente supongo sin tener que preguntarte. Seguramente está de por medio el miedo. Me da miedo que puedas pensar distinto… y tener razón.

No obstante hay pensamientos que nos sirven para convivir con los demás. Suposiciones positivas que creemos posibles. Presuposiciones que nos dan un marco para la acción constructiva.

Como no sabemos todo –no podemos saberlo todo– al menos pensamos algunas cosas que pudieran sernos útiles en el momento de actuar, de comunicarnos, de relacionarnos con otras personas. Estas presuposiciones son simplemente eso. Una posibilidad. Una creencia de signo positivo.

Por ejemplo, yo presupongo que estás leyendo esto, que estás participando de mi pensamiento e incluso que te puede ser útil.

Pero no voy más allá. Esa utilidad puede darse por muchas razones. Pero distingamos una esencial: porque tú quieres aceptarlo de esa manera y deseas poner a prueba un pensamiento que ya no me pertenece sino que es tuyo, desde el mismo momento en que lo tomaste para convertirlo en acción. Incluso, puede serte útil porque te ayude a pensar de manera muy diferente a la que te propuse.

En las posibilidades que te presenté al principio me gusta, pues, hablar de prejuicios y presuposiciones. Los primeros en el caso de juicios cuya sentencia está ya escrita antes de que se abra la sala de audiencias. Y los segundos como principios que debo constatar en la realidad. Pero que me ayudan a visualizarla como una posibilidad donde haya cambios que contribuyan a realizar al individuo como persona.

Aunque los nombres importen para organizar nuestro pensamiento, más importante es organizar lo que hacemos para pensar con mayor eficacia.

Te sugiero, entonces, que revises tus prejuicios y veas si algunos de ellos puedes convertirlos en presuposiciones útiles. No es fácil pero es una posibilidad sana de crecer como persona.