sábado, 22 de noviembre de 2008

Día 7


El siete, ancestralmente ligado con la suerte, a la buena suerte por supuesto, llega en medio de un ambiente pleno de humedad. El agua parece empaparlo todo. Lo emocional rezuma por los bordes de la realidad.

He reflexionado sobre la enseñanza del día anterior que se ligó con este en la madrugada. La vida nos enseña que nuestra posición ante ella es de fragilidad controlada. Toda fortaleza procede de saberse apenas un luminosos átomo del universo.

Las posiciones tomadas, las ideas defendidas con almenares, torretas, atalayas y gruesos muros, devienen expuestas a la intemperie cuando sus defensas son ya ruinas. Toda construcción es un proyecto. Toda construcción desea vencer la provisionalidad pero se torna pasajera si cree desafiar el tiempo fuera de toda consideración de las leyes básicas del universo.

No hablo de leyes metafísicas. Apenas de las leyes físicas. La simple gravedad terminará venciendo a la piedra colocada en equilibrio inestable. Solo gozando del espectáculo de esa roca sostenida en el aire por instantes tendrá sentido su construcción.

Los grandes monumentos del hombre terminan pareciéndose a las obras de la naturaleza. Montañas de escombros finamente construidos. Cuevas erosionadas por el viento de los siglos. Recuerdos de la cultura humana e ilusión de existencia del pasado como algo real. Las siete maravillas del mundo antiguo, excepto las pirámides, sólo viven en el recuerdo. Las pirámides vencen el tiempo camuflándose con la arena del desierto, esperando que algún día las olvide el viento.

Empeñarse en no caer termina por hacer más dura la caída y con más estruendo. Seguir el rumbo de las cosas no es un dejarse llevar indolente. Es conciencia del ritmo del tiempo y de la vida.

Existen momentos para hacer y momentos para desmontar lo hecho. Tal vez sea el momento de desarmar la carpa donde vivíamos, abandonar el sitio prestado por la vida sin rebelarse a su oculto designio. O tal vez sea el momento de emplear nuevas estrategias porque las usadas no han dado resultado.

De cualquier forma, la experiencia vivida demuestra la fragilidad de la existencia ante cualquier esfuerzo que no vaya acompañado de la armonía y el equilibrio suficientes para navegar con el viento del momento y no contra las fuerzas opuestas. Parece algo muy abstracto. Pero yo lo he vivido. Es una suerte que me trae este siete en la cuenta de días.

Día 8


Ocho días es un tiempo infinito si lo acostamos. Tal vez duerma por mil años. Pero ocho días esperando en la puerta de los sucesos, de pie, puede ser una amenaza. Faltan ocho días en el plazo de esta cuenta interminable a la que se le ve un pronto final.

Ocho días pueden abrir un zipper y desnudar las cosas tal cual son. Pueden también cubrirlas del frío. Ocho es un número que da para infinidad de situaciones y posibilidades.

Una parece cerrarse, otra se abre en el mismo sentido. Día de diligencias y de tope con las realidades. Día de consultas y aclaratorias. Un día memorable para alguien que quiera olvidar.

Dejé trunca la reflexión. Me tocó atender una emergencia familiar y pasearme por la noche caraqueña, ruda y fría. Guardaré los detalles de la situación. Pero sus raíces están hundidas en la causa de esta cuenta de días. El estrés acumulado, las expectativas rotas, el cero en puertas, hacen estallar a cualquiera.

Y la explosión nos toca de cerca. Afortunadamente todo pasa y se resuelve favorablemente. Pero queda la enseñanza. Aún no sé cuál. Pero lo descubriré.