sábado, 29 de noviembre de 2008

Día 0


Permítanme darle las gracias estimados y estimadas lectores y lectoras por su asiduidad en el seguimiento de esta historia en tiempo real. Lo hago porque hoy nos vamos. Es el día cero. El del despegue de esta vivienda en la que hemos convivido por casi doce años, de estas paredes que vieron crecer a nuestros hijos e intensificarse nuestras canas.

Ya el camión de mudanzas espera abajo como nave espacial con los motores encendidos. En su cava guardará como en un sarcófago todos los restos de este aposento. El apartamento está desensamblado. Todo en cajas, en maletas en bultos, los muebles apilados, los enseres protegidos para el viaje como una momia para su eterna travesía al más allá. Las cosas comienzan a trasladarse. El eco principia a habitar estos espacios.

Por fortuna no nos arrojan al vacío, al frío de las tinieblas. Retornamos a una casa propia. Pero vamos por etapas. Tendremos que esperar su desocupación conviviendo con mis familiares.

No pediré la desocupación a quienes lo habitan, como me hicieron a mí y a mi familia, aplicando las trampas de la ignorancia en las leyes que rigen los actos humanos más allá de lo evidente. Como hemos sufrido la angustia del desalojo casi llegando a lo forzoso, dejaré que quienes aún moran nuestra nueva vieja casa terminen su vivienda propia en unos meses y se muden cómodamente. Sin premura ni lentitud, pura consideración, simplemente.

Mientras tanto, la convivencia con la familia se hace la regla.

No será fácil la labor. Las resistencias son muchas y variadas. No de quienes nos reciben sino de quienes vamos hacia allá. Muchas ideas preformadas, muchos prejuicios rondan en el aire de nuestras mentes. Para ser sincero en las mentes de mi querida familia.

Sabemos que en poco tiempo nuestra casa estará desocupada para nosotros. Por primera vez en nuestra vida familiar estaremos a cobijo en un sitio donde no pagaremos arrendamiento. Es mi casa materna. Y tal vez siempre estuvo destinada a nuestro uso. Pero teníamos que llegar a este grado de evolución para que todo se diera apropiadamente. Aunque aún no nos demos cuenta del significado de este logro. Que para algunos de mis seres más allegados parece una desgracia. Pero es una ventura verdadera: siempre hemos tenido casa.

Es como la carta robada de Poe. Siempre estuvo allí y no la veíamos. Apegados a la visión rutinaria de las cosas. A la imposibilidad falsa de mudarnos de Caracas hacia un pueblo tan cercano de todo, como lejano del estrés de la capital.

Ahora diré un discurso de vendedor de casas.

Es una vivienda cómoda, amplia, digna, tranquila. Situada en un pueblo cercano a Caracas. Un pueblo agrícola, el pueblo de mis ancestros maternos. Vamos a reencontrarnos con las raíces. Con la vida tranquila, con los nudos del pasado no resuelto, con los afectos por reforzar, con la libertad ejercida como opción y no como obligación. Al tomar la decisión consciente de que esa sea nuestra casa estaremos dando un paso importantísimo en nuestro avance como familia.

Nos espera el camión de mudanzas. Ya todo se ha trasladado. Lo fuerte y lo frágil. La casa está vacía. La habitan nuestros recuerdos y ella estará presente desde hoy en nuestros sueños.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Día 1


El silencio del embalaje es siniestro. Callados, todos obedecemos a un orden prefigurado de colocar ciertos libros juntos, las cosas frágiles juntas, los documentos juntos, la ropa junta… Los recuerdos no van juntos. Ni tampoco el acuerdo.

Cada uno los lleva consigo en su maleta mental. Y son ellos, apretujados, los que comprimen el pecho y la garganta, los que fabrican este silencio raro en una casa aérea surcada por los ruidos omnipresentes de las autopistas. Cada quien, igualmente, lleva su carga de discrepancia agria.

Ha llegado el momento de las verdades. O de descubrir las mentiras, simplemente. Y el descalabro del ayer persiste. Las fiestas de fin de año se oscurecen ante la posibilidad de la desunión. Nuestro espíritu infantil se opaca por el rudo encuentro con las realidades. Papá Noel no pudo traer consigo una casa nueva de regalo como queríamos todos los niños de esta vivienda.

Dejamos de ser críos pequeños por instantes. Los rostros sombríos, solemnes, de adultos que parecen aceptar una situación inevitable son máscaras que ocultan el verdadero rostro de individuos que luchan por formar una familia. Pero que ante la prueba, fallan. La ilusión rota queda como herida abierta. La amargura es la respuesta.

No hemos sabido leer en el libro de la vida la enseñanza que está a la vista. Explicada en imágenes. La vida nos empuja fuera de este pent house rentado pero no al vacío ni al estrellato del destripamiento.

Saber leer las señales es importante para comprender la realidad. La vida nos expulsa porque no sabemos escuchar su señal de alarma, de avanzar. Sin embargo, lo hace con guante de algodón. No nos hace daño, lo hace con la máxima consideración, aunque parezca duro el procedimiento. Nos da plazos, nos ofrece esta cuenta de días. Nos exime de obligaciones costosas.

Le pedimos a la vida una casa propia y nos la concede. Pero no nos hemos dado cuenta de ello. A pesar que se los explico a los demás miembros de mi familia, no caen en cuenta de esa singular gracia. Sacan las garras, no para atacar sino para aferrarse al pasado. Es necesario dejar ir y reconocer lo que de ahora en adelante tenemos.

Mil excusas para no dejar esta ciudad. Puedo comprender las incomodidades y molestias de dejar relativamente lejos las actividades que nos ocupan diariamente y las rutinas que nos se adueñaron de nosotros por tantos años. Pero, si contamos la distancia en tiempo, estamos a cuarenta minutos de esta misma locura. Así que lo que perdemos en trayecto lo ganaremos en tranquilidad. En muchos sentidos.

Vamos hacia la casa propia que hemos soñado pero a la que no reconocemos. Siempre por ir detrás de un sueño distinto. Mi propia familia me acosa entonces hasta el punto de querer hacerme prometer que cambie un piso firme por otro en el mismo régimen de angustia del que vamos a dejar mañana.

Quiero – y esto se los digo a cada miembro de mi familia – que experimenten el cambio como una posibilidad. Que experimenten sin prejuicio. Van hacia una vivienda de donde no los van a echar nunca. Vamos hacia la posibilidad de un hogar que algún día puede ser tranquilo. Al principio no será fácil, lo sé. Pero juntos nos adaptaremos.

No corran detrás de las imágenes del sueño, vayan detrás de los significados del mismo. Esos nos dicen que vamos por buen camino. Que vamos hacia la casa de nuestros ideales hecha realidad, la mejor realidad posible.

De lo contrario, no aguantaremos juntos ni un año ni un mes ni un día ni una hora ni un segundo más.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Día 2


Parece que los motores de ignición quieren encender antes de la cuenta final. Es más, en este momento no creo que esta pueda llegar a cero. Saldremos despedidos antes a otro espacio.

Supimos hoy la existencia de una sentencia en nuestra contra. En un juicio donde estuvimos ausentes. En un proceso kafkiano muy abreviado pero igualmente con consecuencias imprevisibles, extrañas, absurdamente humanas.

El conocer esa circunstancia de una forzosa salida de la vivienda que hemos ocupado por casi doce años fue un detonante. Todos pudimos imaginar que tendríamos que abandonar nuestra casa en cualquier momento. Y que la cuenta ya llegaba a cero. Mas otra cosa es tener la convicción de que ello obedecerá a razones externas a las nuestras. A un empujón, a una zancadilla.

Ya sabíamos que teníamos que emigrar. Aunque no hubiese un rumbo fijo. Ya sabíamos que debíamos tomar camino. Ya sabíamos la fecha y estábamos conscientes de nuestro acto voluntario. Pero descubrir la solapada maniobra de una traición nos enardece.

Se pueden hacer muchas cosas por tratar de permanecer en el sitio y defender nuestros derechos. Legalmente nos veríamos envueltos en un exquisito pleito que con toda seguridad ganaríamos. Pero no es lo que quiero. Hay que evolucionar, dejar el nido, moverse.

El movimiento, la mudanza hacia algo más nuestro, hacia la cercanía de algo nuestro es ya una ganancia. El librarnos de las toxinas de un estado de caída permanente, de un susto suspendido en el espacio y en el tiempo, es una enorme beneficio. No es la actitud de la zorra de Samaniego que ve las uvas verdes porque no las puede alcanzar, sino la de quien puede alcanzar las uvas y constata que nada haría tomándolas.

Pero la explosión emocional interna en mi familia ha sido tronitosa. Cargo con todas las responsabilidades. Lo admito. Con los errores y los aciertos. Pero esto que parece la consecuencia de un error sé que a la larga será un tremendo éxito.

En este momento no se puede apreciar. Estamos en el estado de choque de algo que sabíamos podía pasar pero que nos negábamos a aceptar realmente. Tuvo que venir la realidad a abofetearnos con un papel para que cayésemos en cuenta que debemos movernos.

Casi no hay tiempo de planificar sino de tomar los planes previstos para esta contingencia: La diáspora familiar. No lo que hubiese querido yo, porque hay otra opción, la de permanecer juntos. Pero significa rehacer rutinas, tomar nuevas costumbres, cambiar patrones de vida. De todas maneras estos cambios cada quien los va a hacer, aunque no se dé cuenta, aunque quede en un sitio cómodo para sus actividades diarias. Tomaron esa opción, al menos en principio, y la respeto.

Caigo en cuenta que casi le estoy escribiendo a mi familia para decirle a cada uno de sus miembros que el pleito no es entre nosotros. Fue contra nosotros, contra todos. Y ya pasó. Que si nos desunimos perdemos. No un litigio sino algo más importante, el sentido de familia.

Disculpen, apreciados lectores y lectoras participantes de este serial, pero ha sido un desahogo necesario. Una carrera eufórica de alguien que señala que quedan dos días. También dos opciones. Yo he tomado la una, la de la unidad, a pesar de que los demás tomaron la de la dispersión. Los respeto en su decisión. Sé que sobreviviremos aún aparentemente en puntos distintos. Más aún viviremos mejor. Y en algún momento cada uno pensará que es posible aquella primera opción, la uno. Que será la de mañana, que será la del mañana.