José Gregorio Bello Porras
Ya en una oportunidad expresé que el optimismo es un ejercicio excepcional en el mundo de hoy. Todo tiende a que la oscuridad sea vista como sinónimo de futuro. La guerra, el terrorismo, la destrucción del medioambiente, del hombre y su casa: la tierra; hacen difícil de concebir la posibilidad del optimismo. Pero hoy la ratificaré. La vida cotidiana, incluso, tiene un lado sombrío, que hace del optimismo un ejercicio difícil. El optimismo es una vía angosta pero necesaria de concebir y vivir en el mundo. Es exigente pero aporta extraordinarios resultados en la existencia de quien lo practica.
La tentación del pesimismo es inmediata y proyecta una visión de la realidad oscura y sin salida. Si nos detenemos a reflexionar por un instante, observaremos que esta visión fatalista para nada nos sirve. Bajo esa óptica, la agresividad, la desesperanza y la destrucción son la más prontas consecuencias.
El mundo y su devenir tiene una variedad de tonos, de claroscuros, de altos y bajos, de asperezas y suavidades. Estas diferencias son las que le dan matices a la vida y la hacen interesante. Si todo estuviera hecho, si todo estuviera resuelto no tendríamos la misión de construir nuestras vidas.
En ese existir podemos plegarnos con mucha facilidad a percibir sólo los lados oscuros, las dificultades, los aspectos desagradables y hacer un juicio definitivamente pesimista de la vida. El optimismo es más exigente.
Sin embargo, el optimismo es posible y además necesario. No sólo para la supervivencia del ser humano sino para su crecimiento como persona y para la creación del mundo que desea.
El optimismo exige la voluntad de tomar la vida en las manos propias. Exige creer que podemos hacer de nuestra vida una existencia digna. El optimismo exige creer pero también sentir y sobre todo hacer realidad lo que queremos.
El optimismo es una actitud ante la vida
La existencia está constituida por diversos eventos relacionados como una inmensa cadena de causas y efectos. Cuando apreciamos estas relaciones entre unos hechos y otros, nos damos cuenta que podemos ejercer cierto control sobre nuestro futuro. Sin embargo, podríamos pensar que muchas circunstancias escapan a nuestro control y que somos presa del destino.
En cualquier caso, sea que creamos que podemos intervenir en nuestro destino o ser objetos pasivos del mismo, nuestra creencia puede estar impregnada de sentimientos de felicidad o de decaimiento.
Pero no es la creencia misma la que desencadena el sentimiento, aunque se relacione con él. La creencia, por ejemplo, de que eres artífice de tu destino puede llevarte a una sensación de plenitud, de poder, de bienestar que hace que actúes en consecuencia, siendo responsable, efectivamente, del curso de tu vida.
La misma creencia de tener en sus manos las riendas de su existencia puede llevar a otra persona a la inmovilidad. Una persona así, se paraliza ante el pensamiento de que es el único causante de sus triunfos y derrotas. Ante tamaña responsabilidad, retrocede y la oportunidad de ser y hacer lo mejor, se convierte en un terrible maleficio.
Por el contrario, hay quienes piensan que el destino gobierna sus vidas. No obstante, son capaces de vivir a plenitud el momento, sin abatirse por las posibilidades de fracaso. Si todo está escrito y no hay nada que hacer, dicen, al menos se puede vivir con consciencia el presente, porque no hay nada entonces de qué preocuparse.
El extremo de estos casos es el de pensar que no se puede manejar el destino y que este tiene un fatal signo de desastre. Las personas que así viven, convierten hasta el mayor triunfo en una absoluta derrota.
No está, pues, sólo en la creencia, como tal, la producción del sentimiento luminoso u oscuro. Decididamente, el sentimiento se asocia con la interpretación de la creencia, con la interpretación de los hechos de la vida. El optimismo o, en su defecto, el pesimismo proviene de una forma de interpretar la vida.
Al sentimiento y la interpretación de los hechos, sigue un impulso a la acción o un detenimiento de la misma. Por ejemplo, si crees que puedes hacer algo y ello te anima, seguramente lo harás y disfrutarás el logro. Por igual, si alguien cree que no puede, se estanca y no prueba alternativas, su juicio se limita y su inacción o sus acciones lo llevarán al pesimismo y la derrota, como consideración final de sus actos.
El buen ánimo impulsa intentos que, de una u otra manera, te guiarán hacia el éxito. Y esta valoración del éxito te animará a intentar de nuevo, de similar manera, los retos de tu existencia.
El optimismo se forma con las creencias, con las interpretaciones, con los sentimientos y con la acción derivada de los mismos. El optimismo, entonces, es una actitud ante la vida.
Esta actitud está caracterizada por interpretaciones positivas de la vida. Son interpretaciones positivas las que te permiten prever que tus actos y que los hechos que suceden a tu alrededor, desembocarán en algo beneficioso. Es optimismo creer que, a pesar de los tropiezos, el final puede ser positivo, a tu favor.
La actitud optimista se caracteriza, también, por asociarse con sentimientos de bienestar. Eres capaz de sentirte bien, aunque te estés esforzando y trabajando duro por obtener algo. Eres capaz de sentirte bien aunque haya pruebas que reten tu capacidad de vencer los obstáculos. Eres capaz de sentirte bien, simplemente porque existes. Y ello es una oportunidad maravillosa. Y su resultado siempre será beneficioso.
El optimista es alguien que puede incluso reírse de si mismo. Tiene un buen humor que lo mantiene en actividad y lo defiende de los sinsabores delpesimismo y los sentimientos depresivos.
Esta actitud optimista te impulsa a vivir. Te mantiene vivo. Te hace probar alternativas para mejorar tu vida, para hacer de tu existencia algo útil. Laactitud optimista es un decidido impulso a avanzar, a sentir, a creer en la vida, a creer que tiene sentido y que construyes ese sentido a diario, con lasacciones más sencillas, con los juicios más inmediatos, con el sentimiento de que eres capaz y digno de vivir.
Del Libro:
Optimismo a tu Alcance, Ed. Panapo, Caracas, 1997