lunes, 26 de mayo de 2008

Rupturas y crecimiento

El tema de la ruptura no parece un tópico de crecimiento personal. Por supuesto, no es un tema usual. Pero sí necesario en nuestro acercamiento a lo que queremos ser como personas.

La ruptura es un proceso natural. El cascarón se rompe y deja de ser una unidad con el ave que nace. El huevo era una posibilidad de ave o simplemente un huevo frito o revuelto en uno de los estómagos de los depredadores más comunes de los pájaros.

Para pasar a una nueva etapa hay una ruptura. Si queremos cambiar, rompemos con nuestros viejos hábitos. Rompemos con nuestras costumbres infantiles cuando nos hacemos jóvenes. Rompemos con las bromas adolescentes cuando queremos parecer adultos. Y allí nos mantenemos hasta que volvemos a la feliz infancia de quienes maduran lo suficiente.

Ese es el tema del RealizArte de hoy. Y de siempre. Las rupturas y los reencuentros. El dejar ir y el encontrar. El desatar y liberarse. Lo hacemos con varios textos y algunos ejercicios, intercalados de algunas frases de un libro titulado Minutos de Optimismo.

Las rupturas no son tan frías y distantes como la separación automática de una línea que nos conduce de un período a otro. Por eso, en ocasiones, según nuestra cultura, realizamos ritos de pasaje para entrar en una nueva etapa de la vida. Y atravesamos puertas para avanzar en el camino de encontrar nuestra personalidad.

En ocasiones las rupturas son dolorosas. Casi siempre. Se trata de dejar atrás algunas costumbres, algunos usos, algunos objetos queridos pero también algunas personas que nos mantenían en un sitio fijo. Que nos ataban a una roca inamovible.

Las rupturas son momentos de desatar nudos, de encuentros nuevos y de alejamientos. Su intensidad no significa empantanarnos en la tristeza sino avanzar hacia la felicidad de encontrar una nueva pieza del rompecabezas de nuestra vida y engarzarlo en el sitio correcto, en el momento oportuno.


Por eso las rupturas pueden ser felices. Feliz la ruptura que nos hace avanzar en nuestro camino a ser personas.


Unión y separación un principio de vida


José Gregorio Bello Porras

Todo parece igual, todo es diferente

La evolución del ser humano es un camino con abundantes curvas. A veces creemos estar en el mismo sitio. Nos sentimos como si hubiéramos dado una vuelta para volver al punto donde iniciamos la marcha. Si nos fijamos bien, no estamos en el mismo punto. Tal vez lo vemos cerca pero hemos avanzado algo.


Evolucionar es ir un poco más allá.
Con frecuencia esta acción no es fácil. Nos vemos tentados, más de una vez, a retroceder. Nos recriminamos el haber abandonado un punto estable, el haber sacrificado la comodidad.


Esto nos sucede desde pequeños. Es más cómodo el vientre materno, donde un cordón nos alimentaba, sin esforzarnos por succionar la leche que nos haría crecer. Nos luce placentero, dormir muchas horas al día, después que tenemos edad suficiente para ir a la escuela. Y nos quejamos de haber perdido unas horas de sueño por ir a aprender algunas cosas en el salón de clases.


Avanzamos y la vida, si no la tomamos entre nuestras manos, nos irá llevando a quejarnos de los pasos que damos. Afortunadamente nuestra supervivencia ha dependido siempre de nuestra enorme capacidad de adaptación como seres humanos.


Por ello también sucede
que nos empeñamos en forzar todas las barreras y emprender la labor de vivir por cuenta propia. A veces nos equivocamos. De seguro nos equivocaremos muchas veces. Pero, poco a poco, la experiencia nos irá mostrando el camino de una sabia cadena de rupturas y encuentros.


El camino de la vida en ascenso es de curvas, muy a menudo. Por eso, vemos el sitio que abandonamos, desde otra posición. Estamos más arriba. Pero casi tocamos nuestro origen.

El tiempo fluye, el mundo gira

Ningún instante en la vida es repetible. Cada uno de ellos tiene su valor propio. Un valor que sólo cada quien puede darle. Si el valor es ínfimo, la suma de nuestras vidas nos parecerá menguada. Si el aprecio de cada instante es grande, sumaremos una gran riqueza. De ello nos damos cuenta en cada momento de reflexión.


Siempre cambiamos de sitio. A cada momento vamos formándonos y constatando que, aún conservando nuestra identidad, somos otras personas. Mejores, si así lo planificamos y queremos. O tal vez, depreciados, si nos empeñamos en carecer de valor.


Cuando nos encontramos con alguien que no veíamos desde hacía tiempo, seguramente, exclamamos algo sobre ese transcurso de tiempo y cómo ese tiempo ha afectado a la persona que vemos. Si somos jóvenes exclamamos: ¡te estás haciendo viejo! Si hemos pasado la barrera en la que la edad aconseja la prudencia, decimos convencionalmente: ¡te ves igual!


Queremos que el tiempo no pase para no llegar a viejos. Queremos que el tiempo pase para obtener las ventajas de cierta edad. Siempre nos debatimos entre los extremos. La vida es ese fluir. Vamos de un lado a otro.


Permanecer en el mismo sitio es casi imposible. Al menos que nos creamos árboles. pero aún estos crecen y mudan sus hojas, expandiéndose en el espacio donde están plantados.


El tiempo simplemente pasa. Y cabalgando sobre él, nosotros. Cada uno a su manera. Si nos quedamos fuera es porque una lápida o el olvido nos cubre.


La vida está hecha de cambios. De decisiones propias o ajenas, afortunadas o desafortunadas. Pero está constituida por movimientos que nos han conducido a ser lo que somos.


Tal vez no seamos del todo responsables de lo que nos ha conducido hasta este ahora. Pero sí podemos optar a quedarnos aquí o a avanzar. Y para ello debemos cambiar. Debemos dejar cosas y personas. Corregir errores y saldar cuentas. Debemos elaborar nuestras rupturas de una manera feliz.

El equilibrio dinámico

Tal vez, la búsqueda del equilibrio define este camino lleno de enmiendas. Cambiamos o rompemos porque queremos llegar a una ansiada estabilidad. A esa estabilidad envidiable de los grandes árboles. Los mismos que no piensan en el hacha o la termita. O el de las montañas que parecen no sufrir el incendio forestal o la mella de la dinamita.


Pero todo equilibrio exige mucha fuerza. Si no, preguntémoslo al artista que recorre la cuerda floja con toda naturalidad, o a la gimnasta que practica en la barra sus impresionantes y gráciles ejercicios.


El equilibrio es fruto de los vaivenes controlados. De la tensión controlada. De una energía gastada y recuperada. Y no de mantener la inamovilidad.


Una piedra asentada en el suelo no necesita equilibrio. Está inmóvil hasta que un accidente natural la mueva. Nuestro equilibrio no es el de la piedra.


Un cadáver que reposa tampoco es la imagen del equilibrio que buscamos. Pero, fíjate, hasta allí, en esa materia aparentemente inerte, hay movimiento. Aunque, nuestro equilibrio no es el del cadáver.

Rupturas equilibradas

Gastamos grandes esfuerzos en mantener un ideal de equilibrio que nos haría estar felices y satisfechos con la vida. Mas el equilibrio es un balancearse continuo, buscando el centro de reposo y nunca un detenerse.


Para ello probamos una y otra vez las mejores opciones. Cuando algo falla, cuando algo no nos sirve, lo abandonamos y continuamos buscando algo mejor.

Esto, sin embargo, que parece tan fácil, con ciertos objetos o en determinadas decisiones, no es siempre así. Sobre todo si hay personas de por medio. Y sobre todo si la persona afectada es uno mismo.


Abandonar algo, romper con algo o con alguien no parece un acto sencillo, por lo general. Y será más difícil aún, mientras más afecto hayamos puesto en el objeto, la persona, la actividad o la idea que debemos abandonar.


Allí nos volvemos piedras que no quieren moverse. O plantas que se conforman con ese espacio, sin reflexionar que alguna vez fueron semillas. O niños que desean permanecer en el útero materno para no arriesgarse a respirar en el mundo y a crecer.


Para crecer hay que emprender rupturas. La del cordón umbilical. La de los hábitos que nos encadenan. Las de las relaciones que dañan. La de las etapas superadas en cuanto a actividades e ideas. Si queremos, estas rupturas pueden ser muy dolorosas. Pero si nos esforzamos en lo mejor, haremos de ellas rupturas felices.

DelLibro: Rupturas Felices, Editorial Panapo, 1997



Aforismos para reflexionar

José Gregorio Bello Porras


* Estar en soledad es sentirse acompañado de vacíos. Ellos también pueden decirte algo.

* No abandones nunca tus sueños, aunque, a veces, te ataque el insomnio del desaliento.


* Los hijos siempre darán alegría a tu vida, tanto cuando estén en casa como cuando la abandonan.


* Cada vez que cometas un error no te estaciones en el arrepentimiento, repara el error, transformándolo en un acierto repetido.


* Si no das oportunidad a los extraños de ser tus amigos, siempre tendrás extraños a tu lado.


* No te detengas avanza siempre con rectitud, incluso en las curvas del camino.


* Para percibir ampliamente la realidad basta con un solo sentido, el de la vida.



Del libro: Minutos de Optimismo, Editorial Panapo, Caracas, 1996




Ciclos de relaciones interpersonales

José Gregorio Bello Porras

Tal vez los ciclos más sensibles en nuestras vidas son los que cumplen el establecimiento de ciertas relaciones interpersonales. Fundamos relaciones a lo largo de toda nuestra existencia, como ciudades o campamentos. Algunas de ellas duran apenas escasos momentos, otras pueden permanecer sin agotamiento toda la vida.


En nuestras actividades diarias, establecemos relación con diversas personas. Solo algunas de esas relaciones resultan siendo amistades que perduran. O relaciones útiles por largos períodos de tiempo.


Las relaciones tienen una finalidad. El trabajo, el ideal, la asociación, la circunstancia del encuentro en un lugar, el propósito del estudio y otros tantos motivos. Una vez cumplida la finalidad del encuentro, de la relación misma, el tiempo establecido de vida útil del encuentro, el interés suele extinguirse y el curso de las vías que se tocaron en un momento dado, continúan su camino. Cada integrante por el suyo. Cada ser en búsqueda de su propio destino.


En la amistad el ciclo se vuelve un tanto más complejo. Porque la amistad no tiene una finalidad determinada en el tiempo. Cuando se es amigo por un interés determinado, una vez cumplido el ciclo de vida útil o del interés, la amistad parece acabar. Pero no todas las amistades tienen un interés específico, determinable, establecido en sus alcances.


En las amistades fundadas en el afecto, lo común es una corriente de afinidad continua, una reciprocidad en el intercambio afectivo. En la amistad fundada en este principio se da y se recibe. Se conforma un proceso de nutrición recíproca. Mientras se mantenga este principio afectuoso, la amistad se mantiene a pesar de diferencias circunstanciales o distanciamientos espaciales o temporales de sus integrantes.


Sin embargo, en algunas amistades fundamentadas por el interés del mutuo afecto también se dan separaciones. Alguno de los individuos relacionados cambia profundamente sus intereses y la distancia psicológica que surge lleva a la conclusión del ciclo.


En las parejas suele suceder algo parecido. Dos personas intercambian afecto sobre la base de un interés común. Ninguna de las dos personas, no obstante este acercamiento, logra dejar de ser un individuo único. La pareja que se mantiene, evoluciona sabiendo que cada integrante es una unidad. Y conviene en dar permiso y darse permiso para que cada cual continúe siendo una persona diferente, unida tan solo por el amor.


Cuando se pretende que dos personas sean una sola, la identidad de cada una de ellas puede extraviarse. Pronto, ante las circunstancias de la vida, sobreviene el darnos cuenta que la dependencia no ayuda al crecimiento.


Al establecerse una relación sobre la base de que la formación de una pareja es la formación de una unidad en la que cada parte pierde su individualidad, tarde o temprano la relación se agota. Cada cual constata que no es una sola cosa con el otro y los caminos terminan bifurcándose. La pareja entonces ha cumplido su ciclo


Evalúo rupturas y distanciamientos

José Gregorio Bello Porras


Hagamos un ejercicio. Analiza ahora algunas de las separaciones más relevantes en tu vida. Diferéncialas de las rupturas. La separación fue un proceso gradual de distanciamiento. La ruptura fue un hecho que culminó un proceso pero se dio abruptamente (no necesariamente de forma violenta). Por lo general, ocurrió en un momento bien determinado, del que te puedes recordar con precisión y en unas circunstancias específicas.

Sigue algunos pasos en este análisis de rupturas y separaciones.

1. Recuerda algunas de las cosas, personas, relaciones, o ideas que ya no te pertenecen o no permanecen junto a ti.

2. Observa detenidamente qué sucedió para que se diera esa separación o esa ruptura.

3. Trata de ver y sentir si ese distanciamiento es en realidad una ruptura o una simple separación.

4. Pregúntate qué sucedería si reemprendieras esa situación. Fíjate especialmente en qué sientes.

5. Si el distanciamiento es definitivo, ten en cuenta que estás tomando conciencia de un ruptura en tu vida.

6. Ahora Vuelve a este momento y observa si esa aparente carencia te hace falta o si esa separación fue necesaria para que crecieras.

7. Saca conclusiones sobre lo que harías en circunstancias parecidas.