La vida es una permanente caída. Pero con su correspondiente ascenso. Si creemos remontar, luego caemos, hasta dominar el problema de los ciclos. Hasta que sepamos cómo hacer cuando el inevitable descenso se aproxime. Es cuestión de asimilar la experiencia de esta ondulante vía terrenal. Yo, te confieso, todavía no consigo su dominio. Por eso me deslizo en el espeso aire de las circunstancias, aún sabiendo con antelación lo que ocurrirá.
La caída es fácil. Incluso uno podría disfrutarla mientras se da. Pero esto del goce es el aprendizaje más arduo que pueda existir. Porque la misma defenestración que nos hace la vida, con su ominosa angustia, absorbe cualquier esfuerzo por sonreír siquiera. Y en una mueca de enseñar los dientes termina el intento de precipitarse con decoro.
Los ascensos parecen más difíciles. Pero son los que, en el fondo, pueden vivirse más plenamente. Requieren energía y motivación para alcanzar lo que uno cree un logro. Son lugar común de
Por supuesto, cuando hablo de ese dominio no me refiero, ni de cerca, a la represión de los sentimientos, emociones e incluso de las pasiones humanas. El dominio es manejo de un arte, en el caso de la vida según la metáfora que escogimos, es integración de todos los recursos para remontar esa cuesta de aire, de pensamiento, de escollos mentales y físicos que nos propone el camino que se transforma en una viva esfinge transparente, llena de acertijos. La caída es uno de ellos.
En las precipitaciones necesarias uno puede escoger diversas actitudes. La de dejarse ir, esperando despedazarse en un suelo rocoso, la de negar la situación hasta que sólo la desesperación lo haga a uno despertar tardíamente, el tratar de volar o, mejor, planear hasta completar un aterrizaje forzoso o el de aprovechar ese impulso de aparente derrumbe para remontar lo que parecía insalvable.
Esa última opción es la que escojo en estas circunstancias que me tocan vivir. Y proyecto todo mi pensamiento, voluntad y acción en procura de alcanzar la estabilización de mi existencia. Ello significa obtener un ritmo aceptable de subidas y de bajadas no precipitadas.
Tal vez sea esta sea sólo la fantasía de quien camina hacia el patíbulo. Pero me resisto a que lo peor sea
Por eso hablo. Para sentirme acompañado de tu voz y para que mi voz interior y silenciosa refleje oportunamente algún eco que responderá mis preguntas.