lunes, 12 de mayo de 2008

Actitudes vitales

José Gregorio Bello Porras

El camino de las transformaciones en nuestra vida recorre paisajes diferentes. Algunos individuos parecen seguir senderos fáciles, donde los cambios se generan por evolución casi espontánea. Otros, por el contrario, necesitan tortuosas sendas para llegar a pequeños avances. Estos últimos lucen forzados por las circunstancias, en medio de las cuales el ser humano toma decisiones que viran el rumbo de su existencia.

En los primeros, los cambios vitales son producto de un método. Consecuencia de seguir una disciplina que logra sus frutos. Eso que parece fácil en un comienzo es obra de vencer constantemente los pequeños obstáculos, la pruebas mínimas, la adversidad cotidiana. Y aprovechar las señales de avance, las brisas de elevación o cualquier otra realidad metafórica de realización personal.

El camino del azar es el realmente difícil. Ese es el de la necesidad, llevada al extremo de servir de impulsor al individuo por la fuerza. Y, a veces, ni siquiera empujándolo el individuo reacciona. Sus condiciones individuales parecen determinarlo.

No obstante, todo individuo puede cambiar. Si quiere hacerlo. Cambiar hacia uno u otro rumbo. Y todos podemos aprender el arte del cambio. Pero pesa mucho ese querer hacerlo, ese convencimiento de poder hacerlo, ese impulso que logra el primer paso y los siguientes hacia lo que nos proponemos.

Hasta ahora no hemos hablado de algún cambio en particular. Cualquier conducta puede estar sujeta al aprendizaje y al cambio. Estamos hablando entonces de un proceso dominado por lo que vamos a llamar actitud.

Lo decimos así pues el término está sujeto a equívocos, a limitaciones surgidas de traducciones directas de otros idiomas o a concepciones limitadas de alguna forma. Por ello creemos a veces que la actitud es siempre una fuerza positiva, suficiente para el logro de nuestros deseos. Y no siempre tiene este signo positivo ni siempre logra, por sí sola lo que desea.

La actitud es el resultado de tres elementos: una idea clara sobre una conducta, un deseo, sentimiento o emoción acerca de ella y un impulso a actuar.

Así que igual puede alguien tener una actitud de triunfo, diferente a otro. Alguien concibe el éxito como producto de su trabajo y otro como producto del delito. Allí está el primero de los elementos de la actitud, el elemento cognitivo, la idea, la creencia acerca de algo.

El segundo elemento puede tener igualmente múltiples variaciones. Algunos convierten el deseo en una pasión incontrolable de obtener algo. Otros, por el contrario, lo toman como una paciente fuerza que todo lo obtiene.

El impulso, la chispa de encendido, es fundamental para poner en marcha el carro, para dinamizar el logro de lo que queremos. En ocasiones ese avance, esa puesta en marcha, se da casi inconscientemente. Por ello, nos parece que todo se obtiene sólo formulándolo, casi mágicamente. Pero la magia está en sostener la actitud de logro.

Sin la actitud conveniente ningún logro es duradero. Ni siquiera posible. Por lo que debemos revisar nuestras actitudes ante la vida para enderezar aquellas que nos conducen por caminos tortuosos, por caminos difíciles, por sendas que retrasan nuestra llegada a la meta.

Trata de experimentar cuál ha sido tu actitud al obtener logros. Y cuál cuando obtienes lo que consideras fracasos. Compara ambas actitudes y observa detenidamente las pequeñas variaciones que puede haber entre ellas, tanto en las concepciones o creencias que las formulan como los sentimiento y emociones y el impulso a actuar. No te vayas demasiado lejos, hazlo hoy, con conductas y sucesos de hoy.

Es posible que con ello aprendas algo para beneficio de tu vida. Para el logro de los cambios que deseas. Si no ahora, en algún momento.


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