viernes, 3 de septiembre de 2010

Discurso interior, silencio y acción





El pensamiento es generalmente un discurso interior hecho de palabras. Cuando se expresa por medio de ellas, cuando toma voz o letra, rompe el silencio exterior. Pero éste ya estaba hecho añicos en nuestra interioridad, por esa constante argumentación que sostenemos, ese murmullo perpetuo, ese tumulto de voces que terminamos sin escuchar y en el que pasamos la vida.

Hacer silencio, acallando el discurso interior es encontrar un instante de sosiego. No porque el pensamiento sea lo contrario a la paz y el orden, sino que por su naturaleza dialéctica, la disertación interior que lo expresa, enseguida nos sume en los debates más espinosos con nosotros mismos, haciéndonos perder nuestro precario equilibrio.

Pero el silencio exterior tampoco existe. Al menos en estado puro en nuestro mundo. Lo más cercano a él es el sonido de la naturaleza en el desierto. Sólo en la luna acaso puede existir el silencio exterior. Sólo en el espacio existe ese silencio al que no accedemos en la tierra. Pero no es usual que vayamos por esos parajes a escuchar esa ausencia.

Las palabras que rompen el silencio aparente son una acción y expresan también, generalmente, una intención, estado que precede a la acción. Si lo que expresan las palabras al romper el silencio aparente no se efectúa, estas resultan estériles. La palabra que no refleja la acción es polvo en el viento. La palabra es acción, pero más aún es compromiso de una tarea.

¿Cómo esto que digo puede corroborar que la palabra es acción, si parece todo una simple explicación teórica? Pues en que hace pensar. Es una reflexión sobre la palabra y el silencio que puede corroborarse sólo por la experiencia del lector. Si le sirve de iluminación en su camino, será perfecta o cercana a la perfección. Del resto volara también con el viento del olvido.


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