martes, 1 de julio de 2008

COMUNICACIÓN DURA



José Gregorio Bello Porras

Eso de comunicarnos no es exclusividad del ser humano. En ocasiones nos ufanamos de creer que somos los únicos en la tierra que lo hacemos. Y por cierto bastante mal, según los resultados en muchos casos. Hablar, pues sí. Eso sí hacemos bastante y es casi exclusivo de nosotros los humanos. Sobre todo cuando hablamos mucho para no decir lo que tenemos que decir.

En la comunicación como modo práctico de referencia nos ganan hasta las hormigas. Van al grano. De azúcar, generalmente, sin perderse ni perder tiempo en criticar el modo de producción que les otorgó la naturaleza. Esto no quiere decir que no haya que criticar. Si no qué es esto que hago. Me refiero a la crítica de pozo sin fondo, la que consume tiempo en la caída y nunca se oye el golpe seco o el splash líquido con que debe culminar todo.


También las aves nos aventajan con suficiencia en la comunicación para cortejar a las hembras. Machista esa naturaleza. Quién baila, se pavonea o emite los sonidos de un ave cuando busca novia. El seco ruido de las teclas en un cortejo de internet o algunos susurros románticos al oído, que no superan la vistosidad del despliegue del pavo real o del colibrí.

Y hasta en la comunicación social. No la de los periodistas o, cinematógrafos, reporteros, escritores, publicistas y otras especies, me refiero. Sino a esa comunicación que nos acerca a un círculo de amistad y respeto, rencillas y humillaciones, crueles exclusiones o dominios absolutos. En esa también nos ganan, por ejemplo los primates. Se reúnen, hacen ruidos, se sacan las pulgas, en vez de los trapos al sol, discuten enseñándose los dientes, huyen o gritan. Y lo hacen con la precisión de un momento oportuno. Acabada la sesión, casi como psicoanalistas, se retiran a otros quehaceres.


Los seres humanos creemos que nuestra cháchara interminable es comunicación. Solamente a veces. La mayor parte sólo sirve a cada uno de los emisores, como drenaje por la boca de vapores contenidos en el corazón.

Son innumerables las veces que hablamos por el simple gusto de escucharnos emitiendo sonidos con significado. No importa cuál. Eso, creemos, nos hace superiores a otras especies. Pero a veces la efectividad de esa acción es casi nula.

Hoy escuchaba en silencio ese ejercicio de drenaje en la nada. Y no pude menos que pensar y reflexionar sobre el poderoso instrumento que tenemos, la palabra, que gastamos en mil fruslerías. Esa tal vez sea la naturaleza humana.

Pero esa misma palabra me sirve para comunicarte esto. O para comunicármelo a mí mismo como advertencia a mis propios excesos en el verbo.


No se trata de quedarme en un solo ejercicio reflexivo, en una sola conversación de tanta altura que le falte el oxígeno. No. Valen los desvaríos. Los errores. Las correcciones titubeantes.

No se nos exige sólo practicar el verbo de tal forma que lleguemos a un estreñimiento absoluto de la palabra. Sería también morboso. Pero, en todo caso deberíamos valorar, como en la música, los silencios oportunos.

No sé. Eso creo yo. Tal vez opines diferente. Si es así, dilo. No cayes para siempre.

1 comentario:

Milagro Haack dijo...

Mis saludos José Gregorio.
La naturaleza tiene su lenguaje y no los trasmite, sólo hay que aprender a escucharla, así como entre nosotros mismos, el diálogo es importante, aunque las ideas sean distintas, pero quién piensa igual a otro... Hay afinidades, mitos que se tocan y aún así el ser y la natura son palabras y pensamiento, ya que pensamos en palabras y logramos ver las imágenes. Escuchar y escucharse es el reto del ser, algún día se podrá decir me he escuchado como también el viento me ha charlado...
Gracias por sus palabras, siempre es bueno recibir dando.
Siempre
Sencillamente
Milagro Haack