José Gregorio Bello Porras
La unión de una pareja resulta algo más que una simple suma. Uno más uno son dos, pero en la pareja es más que dos individuos solos. Hasta llegan a ser uno. En algunos casos.
En las parejas se dan diversos tipos de relación, pues cada una surge de circunstancias específicas. Las necesidades afectivas de los individuos, se pueden canalizar o buscan su satisfacción a través de la conformación de esa unidad característica que es la pareja. Una pareja puede ser un equipo bien integrado o un simple grupo en permanente pelea de dos individuos que intenten imponer sus puntos de vista dentro de un consorcio.
Cuando dos personas deciden vivir juntos no piensan, a menudo, en formar un equipo. Simplemente deciden acompañarse. Pero en este caminar pueden llegar a la conformación afectiva y efectiva de un equipo. En los equipos la norma es la cooperación para el logro de objetivos. Y la libre elección de la permanencia en ese pequeño grupo.
En la pareja, la formación de esa unidad da más fuerza que la simple unión de dos socios. Pero a pesar de esa fuerza que da el acompañarse hacia un mismo objetivo, los integrantes siguen siendo unidades independientes. Cuando surge la dependencia, reina el desequilibrio. Una de las partes debe asumir responsabilidades de la otra parte.
La dependencia se convierte en causa de múltiples malestares. Aunque pueda aparentemente funcionar durante un tiempo. La dependencia va a exigir sumisión. De ese tipo de relación se derivan ganancias secundarias no sanas. Se accede a la sumisión a cambio de afecto o seguridad. Se acepta la dependencia pues ella suple ciertas necesidades materiales o afectivas. Tal vez se pueda vivir en este estado toda la vida. ¡¿Pero qué vida es ésta?!
Cuando buscas compañía en el camino de la vida, manifiestas la necesidad de compartir, afecto, experiencias, trabajos, responsabilidades, alegrías y todo tipo de eventos. Sin embargo, una parte de ti mismo permanece sólo para ti. Y ello es necesario para que conserves tu individualidad. Pues sigues siendo uno o una, a pesar de unirte a otra persona.
Cuando la pareja se disgrega en los objetivos que persigue, empieza a restar fuerzas a la unión. El resultado de esta operación de resta es la eliminación de las unidades. Uno menos uno cero. Por eso cuando una pareja entra en conflicto, se afecta la vida de cada individuo y no sólo la de los momentos en los que comparten el mismo espacio.
Tal vez el más traumático de los procesos de separación o de ruptura sea el de las parejas. Y son dolorosos porque más que la elaboración del duelo por alejarse, lo que sobreviene es un torneo de adjudicación de culpas, cual si fueran bienes habidos en la relación.
Puesto que la unión se baso en un acto de libre elección, en la mayoría de los casos, cada individuo busca colocar las razones del aparente fracaso en uno de los integrantes. A veces el otro, a veces él mismo.
Falla entonces la perspectiva de la responsabilidad. Si existía mutua responsabilidad en la pareja, debe existir mutuo acuerdo en el reparto de esa responsabilidad a la hora de romper.
En ocasiones la ruptura se pospone indefinidamente buscando que se den las circunstancias óptimas para ese momento. Hasta que los miembros de ese pequeño grupo se encuentren preparados para vivir solos. Esta preparación y aquellas circunstancias son a menudo un engaño que se hacen los individuos para no enfrentar lo que creen es duro y doloroso.
Nunca las circunstancias van a ser las óptimas, siempre habrá una mejor posibilidad. Nunca se estará absolutamente preparado para una decisión. Definitivamente, cuando se quiere marchar por un camino que no coincide con el de la pareja, el momento para manifestar ese sentir es ahora. Y la preparación que se ésta que ahora tienes.
Capítulo del libro Rupturas Felices, Panapo, Caracas, 1997.
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