lunes, 5 de mayo de 2008

Un vacío necesario


José Gregorio Bello Porras

Nos asomamos a un precipicio y el vértigo nos ataca sin aviso. Un vacío surge en el estómago y todo nuestro cuerpo reacciona tratando de reacomodar la situación, dando un paso atrás, poniéndonos a resguardo.

Esa sensación de vacío se repite en otras ocasiones donde el barranco es afectivo. Pareciera que parte de nuestras entrañas hubiesen desaparecido súbitamente. En su lugar asoma un agujero, una ventana, un boquete como horadado por la bala de un cañón antiguo. Un espacio lleno de la nada.

La primera reacción es llenar esa nada con oscuros pensamientos y emociones. Dirían los hipocráticos que la bilis negra invade esos espacios con rapidez, junto a recuerdos repetidos y a recriminaciones que van ennegreciendo el humor. Ojala que fuese humor negro lo que produjera, pero es negro humor solamente. Este negro humor tiene la propiedad de arrastrar al sujeto que lo produce al centro mismo de los infiernos: la depresión.

En ocasiones el individuo es de voluntad férrea. Lucha. Se remueve. No se deja dominar por la melancolía. Puede caer entonces en la tentación de la ira. Coloca la culpa en la otra persona, en el mundo, en las circunstancias, en quien se atraviese. Y el vacío se llena de ácido que le quema las entrañas. El afectado se convierte en dragón apagado. Sólo humo sale de sus fauces. Se ha consumido a sí mismo.

También existen personas, o aspirantes a serlo, a quienes no parece afectar en lo más mínimo la situación de alejamiento, de pérdida, de vacío. Han decidido no tocar el problema. Evadirlo, como quien se escapa de una mazmorra cerrando los ojos. Sin embargo, la cárcel que le rodea es del tamaño de su mundo y corren como en pesadillas, huyendo del monstruo sin adelantar en lo más mínimo su distancia de él. No se han dado la vuelta ni lo han visto a los ojos para reconocerse en ese monstruo como su propio perseguidor.

Para llenar el vacío de una pérdida, de una separación hay que reconocer ese estado. La pérdida, la emoción y el sentimiento de ese desencuentro, de ese alejamiento, de esa privación. Es lo que generalmente se llama entrar en el duelo.

Luego de aceptar la pérdida y reconocer el vacío, el siguiente paso es adentrase en el estado de vacuidad que nos queda. Tal vez pueda resultar extraño a nuestro comportamiento. Pero el vacío aceptado como tal comenzará a llenarse de uno mismo. Tanto nuestro cuerpo, como nuestra mente y nuestro espíritu van a tratar de resolver esa carencia o ese estado que simula una ausencia.

Si hemos perdido algo, nos queda otra cosa a cambio, si alguien se ha alejado, esa experiencia nos enseña. Este proceso no es fácil, por supuesto, pero es esencial para permitir nuestro reequilibrio como personas.

Incluso podemos ir más allá. Y ensayar con las emociones que pudieron tomarnos desprevenidos, esas que ya revisamos, la melancolía, la ira o la evasión y convertirlas en motorizadotas de nuestro cambio personal.

La melancolía huye como una sombra de quien llora con libertad su pérdida hasta un límite prefijado. Como decía un viejo maestro de psicología: si pierdes una relación, que no pase de tres días tu llanto. Después seca tus lágrimas y continúa tu vida. Mil nuevas oportunidades posibles están en tu camino.

La ira debes expresarla. No rompas tu corazón y tu sistema digestivo. Tres gritos en un sitio tranquilo, donde no corras el riesgo de parecer demente, te librarán de la enorme tensión que supone la rabia y también de una probable úlcera estomacal. Expresa tu ira. No con otra persona sino con el fantasma de lo que perdiste.

Si por el contrario deseas evadirte, hazlo creativamente. Escribe, compón música o realiza una escultura, un dibujo, una pintura. O simplemente lee. Haz que tu energía se encauce. Deja libre a tu ser para que llene el vacío sabiamente.

Si optas por reflexionar sobre el problema, hazlo en silencio. No sigas los dictados de tu discurso mental que puede, engañosamente, llevarte a donde nunca quisieras estar. Crea el silencio oportuno para que el vacío se llene de él. En esos momentos escucha tu corazón, la brisa, los ruidos de la naturaleza. Y comienza a curarte, como quien lame sus heridas.

El vacío es necesario para llenarte de vida y esperanzas nuevamente. Pero deja que sea la vida tu maestra en este difícil arte de aprovechar los instantes creativos de la nada.


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