martes, 8 de julio de 2008

LA BELLEZA

José Gregorio Bello Porras

Observo mil veces un amanecer.

Y siempre es distinto. En cada oportunidad en que se manifiesta tendrá algo de maravilloso. No importa si es soleado o lleno de bruma. Siempre despierta esa sensación de renacimiento, de plenitud, de bienestar. Siempre despierta algo en mi ser interior. Ese amanecer despierta el sentido de la belleza.

La belleza no es la sensación que un escenario provoca en mí. Esta percepción tiene que ver con el placer. La belleza es lo que hace que despierte en mí esa sensación, algo que subyace a ese fenómeno pero que solo capto a través de él.

La belleza parece existir objetivamente, fuera de mí. Sin embargo, sólo tiene esa capacidad de existencia objetiva, cuando estoy frente a ella y me hace reaccionar.

La belleza existe en interdependencia conmigo. Necesita de mí para manifestarse. Yo la proclamo, aunque no la cree. Yo la advierto, aunque sea algo más que la simple interpretación que hago de las cosas.

Porque la belleza no es solo interpretación de las formas, ni solo una disposición armónica de esas formas. La belleza es un estado que se actualiza. Que está en nuestro interior y se hace patente como algo externo a nosotros mismos.

La belleza existe y me permite al ver las cosas, disfrutarlas en su singularidad única e irrepetible. Como un amanecer que siempre se repite y siempre es distinto.

Se habla de cánones de belleza.

Son criterios establecidos que permiten determinar si un objeto, una situación o una persona poseen la cualidad de la belleza para un determinado público. Porque el canon es válido para el grupo que lo acepta como valedero.

La belleza tiene apenas una referencia social en el canon. La norma no es la que determina la belleza. Simplemente interpreta el gusto de un conglomerado.

La belleza existe en la interacción del objeto con el sujeto que la aprecia. Podemos acercarnos al sentido de belleza de un grupo e incluso tener la misma sensación que el objeto despierta en sus componentes, si aceptamos sus criterios de referencia.

Pero la belleza parece estar sobre toda consideración reduccionista. Parece pertenecer al humano como una forma de relacionarse con el mundo y encontrar armonía en él.

Si hallamos la armonía, encontraremos el principio de la belleza, la que subyace más allá de los cánones y de los criterios establecidos.

La belleza es simplicidad.

Sólo necesita del ojo o del oído para manifestarse en todo su esplendor.

Lo que pretende arrogarse como belleza recargándose de accesorios, siempre será un producto perecedero. Cuando más, en todo su supuesto esplendor, esa expresión está llamada a transformarse en un símbolo de lo ridículo.

Lo afectado, por el recargamiento de adornos basados en usos transitorios o en moda, se puede confundir con una expresión valedera de belleza. Pero la prueba del tiempo se encarga en reducir a su verdadera dimensión lo que no forma parte del universo de lo bello. Y esa reducción es el olvido.

Si existe una belleza universal, esta se caracteriza por el impacto que causa en su más despojada simplicidad. Un paisaje, una flor, una persona no necesitan accesorios ni composición para parecer expresión de belleza. Simplemente lo son, sin ostentación, pero sin falsa modestia.

El hombre puede componer paisajes, crear flores y retocar a otras personas. Mas siempre seguirá como principio el patrón de lo natural para evocar una belleza perdurable.

El humano puede educar la vista para que reconozca la belleza en sus creaciones, o el oído para encontrar la armonía en unas notas producidas por los instrumentos que crea en orden con su inteligencia.

El hombre puede crear belleza. Y encontrar la forma de que los demás seres aprecien sus creaciones.

Pero debe conocer interiormente su propia belleza para poder manifestarla con eficacia.

El ser humano encontró en un momento de su historia que era medida de belleza.

La belleza es un fenómeno humano, un fenómeno que impresiona únicamente al hombre. Que lo distingue de los demás seres.

La organización que el ser humano hace de su mundo, en relación con él mismo, se transforma en una referencia para la belleza.

La belleza procede del ser humano, de su interacción con el medio, de su búsqueda de sentido y de separación de todo lo otro que constituye la realidad dónde vive.

El hombre busca la belleza fuera de sí, para encontrarla finalmente dentro de sí.

El humano se ocupa de la belleza para crecer como persona. Para diferenciarse, para encontrar un estímulo para avanzar en la vida.

Pero el hombre no crea la belleza, tan solo la descubre como parte de su mundo. Y la belleza empieza a ser una forma de relacionarse con el mundo.

Esta función lejos de ser limitada, es principio de diferenciación y de crecimiento. El humano que encuentra o simplemente busca la belleza, se diferencia de todo lo demás en el mundo.

Y es posible que halle nuevamente lo que le une a ese mundo. Puede que encuentre su reintegración con el todo, a través de la vía de la contemplación de la belleza.

La belleza es sensación y razón.

Porque es una condición de un objeto identificada por un sujeto que, de alguna manera, acude a la experiencia de belleza que tiene y al acervo sobre el mismo que mantiene en su memoria.

Si alguien califica algo de bello es porque ese objeto despierta una sensación. De la misma forma, existe un aprendizaje que se pone de manifiesto. Aplica unos criterios para hacer la calificación de belleza.

La belleza parece un proceso racional. Y lo es en tanto concepto. Asimismo por los criterios racionales que exige para que se produzca una calificación de belleza.

Sin embargo, la cualidad racional de la belleza desaparece velozmente ante la experimentación del objeto o hecho que parece contenerla.

Ante algo hermoso, primero sentimos el agrado, el bienestar, la armonía y el gozo. Luego, pensamos que es bello.

No es absolutamente necesario pensar que algo es bello para que lo experimentemos como tal. Pero podemos agregar valor a la experiencia sensorial si encontramos también que eso que sentimos como hermoso es una experiencia directa de la existencia de la belleza en nuestro mundo.

Nuestra experiencia es única, sentimientos, sensaciones e ideas se mezclan en una sola e indivisible unidad. Si esa experiencia nos acerca a la belleza, podremos estar satisfechos.

La belleza nos alegra.

Tal vez es una utilidad inmediata de algo que parece no tener otra utilidad. La belleza es algo así como una esencia primaria que no necesita otra justificación para existir, mas que la de ser fundamental para el ser humano.

La alegría o el gozo que nos transmite la belleza nos viene dada por esa fundamento. Por esa condición primaria que tiene la belleza.

La belleza puede dar forma al la acción humana o a la creación humana. El ser humano, al infundir belleza en su obra puede conocer el gozo de ser creador.

En la naturaleza la belleza nos muestra el aspecto placentero de la vida. Ante la belleza natural enseguida buscamos al autor. Bien sea que elijamos como poseedor de la autoría a la naturaleza o a Dios, conservamos la idea de que la creación posee belleza como sello fundamental. Casi como marca de calidad.

Al ejercitarnos como creadores. Al decir verdad como transformadores de la realidad, buscamos que ese sello de la belleza esté plasmado en la obra. Ese es el sello de la creación.

El regocijo de la creación no es el único que nos da la belleza. Lo bello, en sí mismo debe traer contento, bienestar, alegría, júbilo u otras sensaciones de euforia en distinto grado. En todo caso, la belleza es el alma emocional de las cosas, bien sean creadas por el hombre o dispuestas naturalmente e interpretadas por él.

La belleza nos es útil para asimilar que todo nuestro paso por este mundo debe contener aspectos emocionales de tipo positivo, eufórico, y aspectos de raciocinio. Pero sobre todo para hacernos sentir que estamos vivos para algo que no es el sufrimiento.

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