martes, 5 de agosto de 2008

COMUNICACIÓN BALANCEADA



José Gregorio Bello Porras

En ocasiones la comunicación parece una dieta. Los excesos pueden ser dañinos. Pero las carencias llevan a estados de inanición y de caquexia humana.

No por mucho hablar, debemos de nuevo advertirlo, se comunica mucho. A veces tan solo se dice soledad. Con muchas palabras. Solo soledad. Y quienes así se nutren o desnutren apenas pueden sostenerse como bípedos pensantes.

La comunicación chatarra o la comunicación basura nos intoxica la mente y hasta el alma que tose tuberculosa de bacilos verbales. Hay entonces que aplicar dosis de silencio, palabras nutrientes y comunicaciones afectivas no verbales para reponerse de una dieta tan indigesta.

No es asunto de pobreza económica sino mental. Esta carencia de recursos para la vida sana existe en todos los estratos. Incluso en los que se creen eruditos en la mentira. Engañan para mantenerse en sus posiciones de falso poder. Se alimentan de la sangre del prójimo, de las desgracias ajenas, de los titulares desbordantes de sangre. Ni siquiera son vampiros. La sangre que chupan está seca en los periódicos que taparon a los muertos. Son carroñeros malnutridos e infectadores de oficio.

La malnutrición comunicacional está latente en los centros del saber. No en todos pero sí en los que se convierten en multígrafos de la mediocridad mental. Repiten y repiten desleídas soluciones que confunden o pretenden confundir con el conocimiento. Copias de las copias de las copias se desvaneces en palabras que suenan a grandes vacíos. Rellenados en el fin de los cursos por togas y birretes que consumieron dineros y esfuerzos de quienes buscaron el saber o el hacer autorizado por la autoridad.



La nutrición inadecuada de la comunicación es interminable. Escasa es la comunicación balanceada. Aquella que escucha para responder. Que comprende para poder decir. Que dice no sólo con las palabras sino con el ejemplo en el hacer congruente.

Pero como toda dieta. La comunicación balanceada es exigente. No con el otro sino con cada uno de nosotros.

Exige evitar el exceso de crítica sin salida. Y busca más la autocrítica con respuestas aplicables a la vida. Evita la descalificación sórdida del otro, aún aquella que puede parecer agradablemente aguda, para intentar la practica de la comprensión y la ayuda eficaz en la transformación oportuna de una conducta ajena.

Exige menos especulación, que se convierte en calorías vacías para nuestro cuerpo mental y aprovecha más la vivencia como forma de conectarse con los demás. Cuando comparto doy algo de mí. Y eso me ayuda a crecer. Paradójicamente, dando tengo más.

Exige una comunicación auténtica consigo mismo. Si me engaño, me pierdo en la vida. Y nada podré comunicar a los demás. Por lo menos, nada cierto, puro humo, puro espejismo en el desierto humano.

La comunicación es la dieta de nuestro crecimiento interior. La moderación, la comprensión, la autocrítica y el humor como sazonadores naturales, están indicados.

Los contenidos, más allá de su profundidad intelectual, deben procurar profundidad humana, relación y descubrimiento del sentido de nuestra vida en la tierra.

Porque para eso nos comunicamos.

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