lunes, 19 de mayo de 2008

El amor como realización personal

José Gregorio Bello Porras

El amor, como ciego que es, impide a los amantes ver las divertidas tonterías que cometen.
William Shakespeare

Cuando hablamos del amor entramos en las arenas movedizas de los sentimientos. Un terreno inestable, engañoso a la vista de terceros, profundamente subjetivo – esa es su naturaleza – e incluso limítrofe con lo sublime y lo ridículo por igual, pero muy bien diferenciado de esos estados.

El amor suele definirse como un sentimiento. Distinguiéndose claramente del pasajero estado de la emoción. Por ello, una primera característica es su relativa permanencia en el tiempo.

Como sentimiento, igualmente, su impulso puede tener diversos objetos. Estos pueden ser seres humanos individuales, conglomerados o colectividades, animales, o sujetos de otros reinos de la naturaleza, abstracciones, obsesiones, cosas, situaciones, entre muchas posibilidades. Entonces, una segunda característica es su diversidad de objetos hacia los cuales se dirige.

El amor es, como lo expresáramos anteriormente, subjetivo. A pesar de dirigirse a un objeto en particular o a diversos, la forma de expresión es característica del sujeto que lo padece. Cuando decimos padece nos referimos a un estado del que no nos libramos con facilidad. Somos presa del amor. Aunque elegimos caer en él. El amor pues, también es, una situación dinámica que puede generar conflictos.

No es, sin embargo, el conflicto lo que lo caracteriza. Por el contrario, es la satisfacción, el apego, el desprendimiento, un estado de plenitud, lo que va a expresar más característicamente el amor.

Esta plenitud subjetiva, satisfactoria, que expresa bienestar va a significar una atracción hacia el objeto de deseo o hacia la realización de la acción que lo motiva. En ese sentido se opone al odio. Que es un rechazo, igualmente activo, hacia un objeto.

Llegado a este punto, es necesario preguntarnos por qué al hablar del amor, de esta forma impersonal, éste pierde parte de su encanto.

Lo despojamos de su halo de misterio y de pasión y lo reducimos a una idea. Eso, por supuesto, no es amor. El amor es intensamente sentimental. Su esencia es expresarse mediante la subjetividad, construyendo un ambiente, una cuna, un lecho donde se posesiona del ser humano.

Esta característica del amor lo coloca en situación de dinamizar la acción humana. Es el gran motivador de múltiples acciones. Sin importar el grado de profundidad que posea.

En ocasiones se habla de amor físico, designando la atracción corporal entre individuos de la misma especie, sean machos o hembras. Podemos darle a esa dimensión el nombre de amor. Pero también observar que también es amor el sacrificio por el ser amado o el amor paterno filial o materno filial o el amor a la humanidad.

El ser humano en la medida que practica el amor en diversas dimensiones y elevación está construyéndose como ser humano.

El amor es una característica plenamente humana, en cuanto es prluridimensional. No discutiremos los afectos de los animales. Existen, desde la perspectiva humana. Estamos viendo en ello sólo la interpretación que el bípedo inteligente – casi siempre – le da a su acercamiento a un semejante, a una acción, a una idea, a un objeto motivador buscado con fuerza.

La práctica consciente de amor va perfilando al individuo, va haciéndolo persona, en tanto se diferencia de un conglomerado y adquiere conciencia sobre sus posibilidades de afecto y de elevación en ese afecto.

El amor se nos ofrece, de esta manera en un ejercicio de construcción personal. Construirnos en el amor significa construirnos como personas, como seres que integran una sola humanidad.


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