miércoles, 26 de noviembre de 2008

Día 3


Una decisión puede ser la correcta, la más razonable, la perfecta desde muchos puntos de vista y, a la vez, ser la más impopular, la menos deseada. Eso me ha ocurrido al plantear ayer la decisión de abandonar la estéril lucha por un suelo aéreo que no nos pertenece y que además nos despidió.

Pero nos asimos al aire de nuestros sueños. A pesar que estos sueños, en este momento, no puedan pasar de su estado larvario, de la elucubración a la floración en el mundo de las realidades tangibles.

Soy un defensor de los sueños posibles y hasta de algunos imposibles. Pero no dejaré la vida por un capricho disfrazado de anhelo. La vida nos indica caminos y a veces lo hace con dureza porque seguimos aferrados a un estilo de hacer las cosas separado del ritmo de ella misma.

Cambiar, en ese momento, es lo necesario, es el aprendizaje. Sé que ese cambio nos puede complicar la vida en muchos sentidos. Nos puede limitar, más de lo que estamos, a movernos dentro de ciertos parámetros. Pero ¿siempre no es así? La verdadera libertad la alcanzamos interiormente o cuando las condiciones exteriores se acoplan con esa libertad interior. Cuando trabajamos en consonancia con las leyes de la vida.

Nadie puede decir que la libertad sea fácil de obtener. No es nuestro estado natural. Es un estado que construimos, hacia donde vamos si sabemos dar los pasos correctos, en consonancia con la vida.

La libertad no es hacer lo que se me ocurra. La libertad es que se me ocurra hacer. Y lo haga. Porque lo pensé, lo planifiqué, lo dije y lo construí. Y eso que hago está de mano con las fuerzas vitales. La libertad no es muerte. Es vida.

Pero volviendo a este día tres, a esta trinidad profana de jornadas que ven acercarse la nada, reafirmo la idea de tomar una decisión que nos ubique fuera del estado de presión, de angustia, de desasosiego en el que vivimos mi familia y yo.

Es inútil conservar un sitio si ese sitio es una tumba. Dejemos que los fantasmas lo protejan. Prolongar la agonía eternamente es un castigo de los dioses griegos. No es adecuado adoptarlo como forma de vida, aunque esté internalizado entre nuestros arquetipos. De vez en cuando debemos darle vacaciones a Prometeo.

Tres días faltan para el amén. En ellos aún no sé qué puede pasar. Si la decisión de ayer provocó tal malestar, puede entonces preparar una tremenda ruptura, una disolución, un gran bang que no creará un universo nuevo sino una dispersión de asteroides o la explosión de Kriptón sin nave que salve a Superman para que pueda evitar situaciones parecidas en el futuro y nos libre de las hecatombes. La desbandada familiar no es una solución. La solidaridad en el actuar sí puede serlo. Tal vez sea la única manera de salvarnos.

Agradezco a M C. Escher el préstamo de su obra Tres Mundos que ilustra este día.

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