viernes, 28 de noviembre de 2008

Día 1


El silencio del embalaje es siniestro. Callados, todos obedecemos a un orden prefigurado de colocar ciertos libros juntos, las cosas frágiles juntas, los documentos juntos, la ropa junta… Los recuerdos no van juntos. Ni tampoco el acuerdo.

Cada uno los lleva consigo en su maleta mental. Y son ellos, apretujados, los que comprimen el pecho y la garganta, los que fabrican este silencio raro en una casa aérea surcada por los ruidos omnipresentes de las autopistas. Cada quien, igualmente, lleva su carga de discrepancia agria.

Ha llegado el momento de las verdades. O de descubrir las mentiras, simplemente. Y el descalabro del ayer persiste. Las fiestas de fin de año se oscurecen ante la posibilidad de la desunión. Nuestro espíritu infantil se opaca por el rudo encuentro con las realidades. Papá Noel no pudo traer consigo una casa nueva de regalo como queríamos todos los niños de esta vivienda.

Dejamos de ser críos pequeños por instantes. Los rostros sombríos, solemnes, de adultos que parecen aceptar una situación inevitable son máscaras que ocultan el verdadero rostro de individuos que luchan por formar una familia. Pero que ante la prueba, fallan. La ilusión rota queda como herida abierta. La amargura es la respuesta.

No hemos sabido leer en el libro de la vida la enseñanza que está a la vista. Explicada en imágenes. La vida nos empuja fuera de este pent house rentado pero no al vacío ni al estrellato del destripamiento.

Saber leer las señales es importante para comprender la realidad. La vida nos expulsa porque no sabemos escuchar su señal de alarma, de avanzar. Sin embargo, lo hace con guante de algodón. No nos hace daño, lo hace con la máxima consideración, aunque parezca duro el procedimiento. Nos da plazos, nos ofrece esta cuenta de días. Nos exime de obligaciones costosas.

Le pedimos a la vida una casa propia y nos la concede. Pero no nos hemos dado cuenta de ello. A pesar que se los explico a los demás miembros de mi familia, no caen en cuenta de esa singular gracia. Sacan las garras, no para atacar sino para aferrarse al pasado. Es necesario dejar ir y reconocer lo que de ahora en adelante tenemos.

Mil excusas para no dejar esta ciudad. Puedo comprender las incomodidades y molestias de dejar relativamente lejos las actividades que nos ocupan diariamente y las rutinas que nos se adueñaron de nosotros por tantos años. Pero, si contamos la distancia en tiempo, estamos a cuarenta minutos de esta misma locura. Así que lo que perdemos en trayecto lo ganaremos en tranquilidad. En muchos sentidos.

Vamos hacia la casa propia que hemos soñado pero a la que no reconocemos. Siempre por ir detrás de un sueño distinto. Mi propia familia me acosa entonces hasta el punto de querer hacerme prometer que cambie un piso firme por otro en el mismo régimen de angustia del que vamos a dejar mañana.

Quiero – y esto se los digo a cada miembro de mi familia – que experimenten el cambio como una posibilidad. Que experimenten sin prejuicio. Van hacia una vivienda de donde no los van a echar nunca. Vamos hacia la posibilidad de un hogar que algún día puede ser tranquilo. Al principio no será fácil, lo sé. Pero juntos nos adaptaremos.

No corran detrás de las imágenes del sueño, vayan detrás de los significados del mismo. Esos nos dicen que vamos por buen camino. Que vamos hacia la casa de nuestros ideales hecha realidad, la mejor realidad posible.

De lo contrario, no aguantaremos juntos ni un año ni un mes ni un día ni una hora ni un segundo más.

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