lunes, 24 de noviembre de 2008

Día 5


Faltan cinco días para la hora cero. Casi se puede cantar faltan cinco pa’ las doce el año va a terminar, me voy corriendo a mi casa… pero ya no hay casa.

El futuro se hace cada vez más presente, hasta que deje de ser futuro y se convierta en pasado. Este de hoy ha sido un día para contar con los dedos de una mano. Cinco. Sin mayores sobresaltos que el malestar de un resfriado pertinaz, producto de la lluvia y del trasnocho del fin de semana.

Alguien que haya llegado en este momento a la historia pudiera pensar que el fin de semana fue una fiesta. Nada de eso. O a lo mejor sí. Hay que pensar que los mártires –más bien quienes los veneran– celebran su cruenta muerte con una fiesta. Una alegría por sus sádicas afrentas. Yo no llego a tanto. Apenas al conflicto con la vida.

Es necesario conocer que cinco representa al ser humano. También las llagas de Cristo. Indispensables en una historia de dolor. Cinco también los días para la medianoche en una película que nunca vi, donde un profesor encontraba un expediente policial en el que se investigaba su propia muerte acaecida pero en realidad a acaecer dentro de cinco días. La carrera para salvarse es furibunda.

Como la mía, que atraviesa toda suerte de peripecias, las más, mentales y alguna que otra realmente física.

El cinco alude a los sentidos. Aunque a estas alturas casi todo ha perdido sentido. Algunos de los sentidos más sutiles, aquellos de la fina sensorialidad, se notan bastos, ante el embate de las realidades inmediatas, de las dificultades desencajadas, de las posibilidades crucificadas. El aire escasea, todo parece acabar. Los cinco sentidos se reducen a un puño de experiencias. Casi a un cero.

Sigo escribiendo esto en el delirio febril del resfriado. Por la obligación que me tracé de dar parte de mi vida cada día. Pero percibiendo bien las cosas, en estos cinco días veo más claro hacia dónde va todo. Me dirijo hacia un rápido por un río, tal vez el de la vida. Pronto encontraré una cascada. Después de ese límite el gran vacío, el salto, el vuelo o la caída. Será lo mismo. Una sensación de vacío, de vida plena que durará el tiempo suficiente para aterrizar o para estrellarse.

Pero ese terreno siempre dará paso a la imaginación. Allí tenemos toda suerte de trucos para un escape perfecto, para una salida rápida, para un final feliz, de película.

De los finales de la ruda realidad aún no me ocuparé porque sé que ese, dentro de cinco días, no será el definitivo.

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