viernes, 31 de octubre de 2008

Día 29



Las conversaciones ajenas, en ocasiones, nos traen mensajes que pueden constituirse en señales acerca de lo que estamos pasando en la vida. Las señales son indicaciones de posibles respuestas. O estímulos para seguir adelante.

No se trata aquí de hacer una apología del metiche, o de esperar señales del cielo detrás de las puertas con los oídos aguzados, sino advertir la importancia de la señal, lo indispensable de permanecer en un estado de alerta, el mantenerse en un estado de vigilia ante toda circunstancia, en todo momento. Sin entrar en el desasosiego de la ansiedad perpetua, por supuesto.

Todo ello viene porque hoy escuché una conversación desde el sitio donde estaba. No tuve que moverme para prestar atención y oír claramente el mensaje que me traía. Estaba dirigida a mí. Aunque el interlocutor hablara con otra persona.

Contaba el fortuito narrador lo que le había sucedido ante la pérdida absoluta de su vivienda y propiedades. Una dificilísima circunstancia en la que no sabía qué hacer.

Guiado por la intuición contó su problema, sin esperar nada. Lo hizo ante el presidente de la empresa donde trabajaba, un hombre caracterizado por su comprensión de las dificultades ajenas.

Después de escucharlo con atención, sin que el afectado se retirara, hizo una llamada telefónica y pidió al atribulado empleado que esperara unos momentos. Al poco rato apareció un asistente suyo y le entregó dos juegos de llaves y unos papeles.

Se dirigió entonces al asombrado empleado que a cada instante, a cada palabra, sentía latir más fuertemente su corazón, diciéndole: aquí tiene dos juegos de llaves correspondientes a estas dos direcciones. Son dos apartamentos míos que ni conozco. Están desocupados y amoblados. Vaya y escoja uno.

El empleado no se hizo esperar y visitó las propiedades, escogiendo la que le pareció mejor a sus necesidades. Así se lo hizo saber al día siguiente a su jefe quien enseguida le preguntó si deseaba adquirirla. El empleado solícito asintió. Entonces es suyo – le respondió el presidente de la empresa – tiene un mes de gracia, después hablaremos del precio – completó.

El empleado se mudó inmediatamente. Y aunque no sabía cuánto le costaría aquel buen apartamento, tenía confianza de poder comprarlo.

Al mes fue llamado ante el presidente de la empresa, quien en una junta con sus asesores le anunció el precio del inmueble. Un precio más bajo que el del mercado. Además ,le ofreció todas las facilidades para pagarlo.

Fue tal la felicidad después de firmar los papeles de registro de la propiedad que el beneficiario compró un número de lotería, confiando en su suerte.

Con lo que ganó ese día pagó su propiedad.

El jefe le llamó y le aclaró que no era necesario tal premura, pero que si así lo quería, él lo aceptaba. Eneseguida le entregó el otro juego de llaves, las del apartamento que no había elegido. Y le encomendó la tarea de buscarle un comprador que estuviese en las mismas condiciones, para darle las mismas facilidades que le habían sido concedidas.

No pasó mucho tiempo y alguien con un problema similar al que él alguna vez tuvo le preguntaba si conocía alguien que le pudiese ayudar. Se le iluminaron los ojos. Su respuesta fue darle las llaves de aquel otro apartamento. Continuaba así una cadena de favores.

La vida es una cadena de favores, dice el lugar común. La experiencia parece comprobarlo. Pero se necesitan ciertas condiciones. Esperar lo mejor, es una de ellas. Saber que los problemas son oportunidades de encontrar respuestas y cierta pureza de corazón para aceptar los dones de la vida.

Podemos entonces, incluso, borrar la tentación a jugar a la suerte. Es mejor producirla con la actitud adecuada.

La pureza de corazón, hoy en día, parece una posición ingenua. Está bien. A eso me refiero, sólo la ingenuidad infantil nos salvará del pesimismo que pretende basarse en realidades. Realidades que sólo terminan siendo prejuicios presentados con profundas palabras hechas del eco del abismo.

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