martes, 28 de octubre de 2008

Día 32



Hoy he reflexionado sobre la palabra y la acción. Consecuencia natural esta de la reflexión de ayer.

El escritor solo cuenta con la palabra. Casi se diría que su acto es la palabra expresada. Construye con palabras. Y su obra es verdadera. Siempre y cuando llegue al lector, lo mueva en el sentido propuesto o en algún otro sentido que el mismo lector propone.

Pero por lo general la palabra echada al vuelo se pierde sin retorno. O se desinfla como un globo de helio sin control. Porque la palabra sin finalidad más que la expresión misma, la emoción, la crítica o la repetición impulsiva, no llega a ser creadora.

La palabra a veces propone muchas cosas. Simples deseos. A la vuelta de la página se olvidó y pasa a volar como paja en el viento.

El asunto entonces es recuperar el poder original que tiene la palabra como fuerza creadora. Todo cuanto uno diga es una creación. Sólo que la misma puede concretarse en acciones o pasar sin mayor consecuencia, en el mejor de los casos. A veces la palabra se devuelve contra quien la pronuncia. Pues se constituye en una promesa hecha a alguien en particular o a la vida en general.

Prueba de ese poder de la palabra es lo que produce en ti. Observa esto que te digo. Mira todo lo que despierta en tu ser interno. Te ves tocado por ella. Y yo me relaciono contigo. Como decíamos ayer.

La palabra cambia el ánimo de las personas. Una palabra destemplada, agria la relación. Una palabra solidaria y a tiempo, llena de confianza y de optimismo. Yo he recibido hoy algunas de esas palabras que le hacen a uno persistir, sabiendo que existen amigos que lo apoyan a uno y le expresan su verdadero afecto.

Por eso persisto en contar los días. Y esperar que al cero prosiga un despegue exitoso hacia un destino elevado. O por lo menos hacia un piso intermedio cómodo y digno.


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