lunes, 27 de octubre de 2008

Día 33


La literatura le mantenía a flote, supongo, pero es un salvavidas limitado, cuando las heridas y dolores trascienden la palabra.

Rolando Gabrielli


Esta frase dedicada a David Foster Wallace, novelista norteamericano que en días pasados decidió poner fin a sus días de desdicha en esta tierra, me captó absolutamente. Aparece en una interesante nota de Rolando Gabrielli en Ciudad Letralia.

Seguí leyendo el artículo y observé, entre las múltiples y relevantes reflexiones del autor que, ese caso particular constituye una especie de reflejo de la suerte del escritor en nuestra sociedad.

El escritor vive en una trampa. Uno no puede dejar de escribir. Pero ese acto, cuando ya se ha convertido en texto, parece no importar a nadie. Vale el producto, como un bien a ser vendido. Son apreciadas las ganancias producidas por el objeto que uno hace. Pero el escritor continúa siendo un marginal de la sociedad. Un siervo útil del destino.

A veces tiene grandes éxitos y se le protege como a la gallina de los huevos de oro. Mejor como a la gallina de la pluma de oro o el mono dentro del ordenador de oro con el que escribe y escribe y se imprime dinero. Pero, en cualquier momento, corre la suerte de la gallina o de cualquier otro animal en manos del ser humano. A alguien se le ocurre ver de donde salen las ideas. O cómo una computadora sola puede procesar tan buenos textos. Y la gloria pasa a ser la hija póstuma del escritor.

A quién le importa la suerte de un escritor mas que a sus allegados. Y por tiempo limitado. Como toda oferta mercantil.

Espero que a ti te importe, al menos durante los instantes en los cuales lees estas líneas.

Estos momentos excepcionales, estos instantes irrepetibles (bueno, no, si quieres regresar a las líneas anteriores) este preciso segundo en el que hago conexión contigo es el único con el que cuento para hacerte entender lo que pienso y siento. Es una conexión silenciosa, atemporal, sin espacio geográfico definido, es el lugar y el tiempo de la palabra.

Ello me demuestra que vale la pena continuar intentando ser escritor. Ahora lo sabes.

El resto del tiempo soy solo yo. Un hombre común que desaparece en la multitud de voces del universo. Que se disuelve en un instante del cosmos. Una luz que se apaga en la noche.

El resto del tiempo sigo siendo este ser que carga un pesado fardo de angustias que quiere obstinadamente compartir contigo y con cualquier desprevenido lector que se acerque a ver por qué prosigo en esta cuenta de días.

Será acaso porque hoy es el día 33, número de quien acaba un ciclo. Pero el peso de la inutilidad me hunde hasta una sima sumergida que ni siendo el mejor practicante de apnea puedo resistir sin ahogarme.

No obstante, como en las películas animadas, continúo hablando debajo del agua del mar emocional y salgo a flote después de ser casi destruido infinitas veces.

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