Para qué quejarnos de mala comunicación si podemos intentar una mejor. El ser humano es propiciador de cambios. Aunque estos cambios no siempre sean veloces o revolucionarios. Pero todo cambio se da en un momento dado, en su momento preciso. Antes era de una forma, ahora es de otra. El cambio operó.
En esto de la comunicación la norma es el logro de una interrelación, aparte que los objetivos externos sea transmitir una información a otro individuo. El simple mensaje puede ser muy pobre en contenido, pero la relación que se establece para hacer esa transmisión complemento de otro individuo puede enriquecerlo enormemente.
Los mensajes enriquecidos tienen mucho de afecto, de informaciones sutiles, transmiten elementos no verbales sobre estados de ánimo, simpatías y emociones, sobre posibilidad de comprensión y deponerse en el lugar del otro. La comunicación no es letra muerta después de expresada o leída. Tiene efectos. Tanto inmediatos como secundarios.
Estos efectos secundarios pueden ser beneficiosos. El individuo conoce y aprende sobre el mundo, más que si se le enseñara explícitamente sobre él. Porque el verdadero aprendizaje proviene de la vivencia. Y esta es una puesta en práctica que se da únicamente cuando el individuo ha decidido arrancar el motor de la voluntad.
Aunque no tengamos claro teóricamente lo que puede significar la voluntad, esta se pone en funcionamiento mediante la necesidad o por la adecuada comunicación tanto de ideas, como de sentimientos o emociones. En un momento dado se enciende como un arranque. Esa es la voluntad en acción, el aspecto volitivo de cualquier acto. La comunicación tiene mucho que ver en nuestros actos tanto conscientes como en otros menos conscientes. Propicia que las acciones se emprendan.
La comunicación puede ser simplemente interna. Cada individuo elabora sus propias ideas en torno a algo. Y aunque haya recibido alguna influencia del mundo que lo rodea, toma decisiones en su mundo interior. A veces en amena charla consigo mismo. Aunque haya también quienes se fastidien a sí mismos con sus discursos desgastados.
La comunicación, pues, tiene un enorme poder. Primero potencial pero finalmente de acción y necesariamente, en algún momento, de cambio. La comunicación es una vía para el cambio, de pensamientos, de actitudes.
Es asombroso lo que podemos lograr con nuestra comunicación adecuada y oportuna. Verdaderas transformaciones que favorecen a las personas, apoyos que salvan vidas y la enrumban, afectos que anclan buenas disposiciones.
La comunicación es mucho más que palabras reunidas con sentido. Podemos tener un diccionario, por ejemplo, con muchas palabras reunidas, cada una con su sentido y sin embargo estas no pasan de la mera información sobre algunas cosas. Una mirada, en su momento justo, puede ser más importante en una vida que un diccionario. Aunque a veces un diccionario pueda darnos mensajes que quedan grabados durante el resto de nuestras vidas.
La comunicación es un proceso vivo. No es la aplicación de una técnica. Ni siquiera es el arte de poner en funcionamiento una serie de músculos, cuerdas vocales y todo el aparato fonador, para pronunciar algunos sonidos con sentido. La comunicación es un acto de afecto, de reunión, de nexo. O por el contrario, puede ser un acto de agresión, de odio y de enemistad.
Solo tú le das el sentido que quieres a tu comunicación. Aunque sea el sentido que otro te sugiera. Tú eres responsable de tu comunicación. Y mientras más conscientes seas de su proceso, más dominio tendrás, no sólo sobre ella sino sobre toda tu vida.
Y siempre es distinto. En cada oportunidad en que se manifiesta tendrá algo de maravilloso. No importa si es soleado o lleno de bruma. Siempre despierta esa sensación de renacimiento, de plenitud, de bienestar. Siempre despierta algo en mi ser interior. Ese amanecer despierta el sentido de la belleza.
La belleza no es la sensación que un escenario provoca en mí. Esta percepción tiene que ver con el placer. La belleza es lo que hace que despierte en mí esa sensación, algo que subyace a ese fenómeno pero que solo capto a través de él.
La belleza parece existir objetivamente, fuera de mí. Sin embargo, sólo tiene esa capacidad de existencia objetiva, cuando estoy frente a ella y me hace reaccionar.
La belleza existe en interdependencia conmigo. Necesita de mí para manifestarse. Yo la proclamo, aunque no la cree. Yo la advierto, aunque sea algo más que la simple interpretación que hago de las cosas.
Porque la belleza no es solo interpretación de las formas, ni solo una disposición armónica de esas formas. La belleza es un estado que se actualiza. Que está en nuestro interior y se hace patente como algo externo a nosotros mismos.
La belleza existe y me permite al ver las cosas, disfrutarlas en su singularidad única e irrepetible. Como un amanecer que siempre se repite y siempre es distinto.
Se habla de cánones de belleza.
Son criterios establecidos que permiten determinar si un objeto, una situación o una persona poseen la cualidad de la belleza para un determinado público. Porque el canon es válido para el grupo que lo acepta como valedero.
La belleza tiene apenas una referencia social en el canon. La norma no es la que determina la belleza. Simplemente interpreta el gusto de un conglomerado.
La belleza existe en la interacción del objeto con el sujeto que la aprecia. Podemos acercarnos al sentido de belleza de un grupo e incluso tener la misma sensación que el objeto despierta en sus componentes, si aceptamos sus criterios de referencia.
Pero la belleza parece estar sobre toda consideración reduccionista. Parece pertenecer al humano como una forma de relacionarse con el mundo y encontrar armonía en él.
Si hallamos la armonía, encontraremos el principio de la belleza, la que subyace más allá de los cánones y de los criterios establecidos.
La belleza es simplicidad.
Sólo necesita del ojo o del oído para manifestarse en todo su esplendor.
Lo que pretende arrogarse como belleza recargándose de accesorios, siempre será un producto perecedero. Cuando más, en todo su supuesto esplendor, esa expresión está llamada a transformarse en un símbolo de lo ridículo.
Lo afectado, por el recargamiento de adornos basados en usos transitorios o en moda, se puede confundir con una expresión valedera de belleza. Pero la prueba del tiempo se encarga en reducir a su verdadera dimensión lo que no forma parte del universo de lo bello. Y esa reducción es el olvido.
Si existe una belleza universal, esta se caracteriza por el impacto que causa en su más despojada simplicidad. Un paisaje, una flor, una persona no necesitan accesorios ni composición para parecer expresión de belleza. Simplemente lo son, sin ostentación, pero sin falsa modestia.
El hombre puede componer paisajes, crear flores y retocar a otras personas. Mas siempre seguirá como principio el patrón de lo natural para evocar una belleza perdurable.
El humano puede educar la vista para que reconozca la belleza en sus creaciones, o el oído para encontrar la armonía en unas notas producidas por los instrumentos que crea en orden con su inteligencia.
El hombre puede crear belleza. Y encontrar la forma de que los demás seres aprecien sus creaciones.
Pero debe conocer interiormente su propia belleza para poder manifestarla con eficacia.
El ser humano encontró en un momento de su historia que era medida de belleza.
La belleza es un fenómeno humano, un fenómeno que impresiona únicamente al hombre. Que lo distingue de los demás seres.
La organización que el ser humano hace de su mundo, en relación con él mismo, se transforma en una referencia para la belleza.
La belleza procede del ser humano, de su interacción con el medio, de su búsqueda de sentido y de separación de todo lo otro que constituye la realidad dónde vive.
El hombre busca la belleza fuera de sí, para encontrarla finalmente dentro de sí.
El humano se ocupa de la belleza para crecer como persona. Para diferenciarse, para encontrar un estímulo para avanzar en la vida.
Pero el hombre no crea la belleza, tan solo la descubre como parte de su mundo. Y la belleza empieza a ser una forma de relacionarse con el mundo.
Esta función lejos de ser limitada, es principio de diferenciación y de crecimiento. El humano que encuentra o simplemente busca la belleza, se diferencia de todo lo demás en el mundo.
Y es posible que halle nuevamente lo que le une a ese mundo. Puede que encuentre su reintegración con el todo, a través de la vía de la contemplación de la belleza.
La belleza es sensación y razón.
Porque es una condición de un objeto identificada por un sujeto que, de alguna manera, acude a la experiencia de belleza que tiene y al acervo sobre el mismo que mantiene en su memoria.
Si alguien califica algo de bello es porque ese objeto despierta una sensación. De la misma forma, existe un aprendizaje que se pone de manifiesto. Aplica unos criterios para hacer la calificación de belleza.
La belleza parece un proceso racional. Y lo es en tanto concepto. Asimismo por los criterios racionales que exige para que se produzca una calificación de belleza.
Sin embargo, la cualidad racional de la belleza desaparece velozmente ante la experimentación del objeto o hecho que parece contenerla.
Ante algo hermoso, primero sentimos el agrado, el bienestar, la armonía y el gozo. Luego, pensamos que es bello.
No es absolutamente necesario pensar que algo es bello para que lo experimentemos como tal. Pero podemos agregar valor a la experiencia sensorial si encontramos también que eso que sentimos como hermoso es una experiencia directa de la existencia de la belleza en nuestro mundo.
Nuestra experiencia es única, sentimientos, sensaciones e ideas se mezclan en una sola e indivisible unidad. Si esa experiencia nos acerca a la belleza, podremos estar satisfechos.
La belleza nos alegra.
Tal vez es una utilidad inmediata de algo que parece no tener otra utilidad. La belleza es algo así como una esencia primaria que no necesita otra justificación para existir, mas que la de ser fundamental para el ser humano.
La alegría o el gozo que nos transmite la belleza nos viene dada por esa fundamento. Por esa condición primaria que tiene la belleza.
La belleza puede dar forma al la acción humana o a la creación humana. El ser humano, al infundir belleza en su obra puede conocer el gozo de ser creador.
En la naturaleza la belleza nos muestra el aspecto placentero de la vida. Ante la belleza natural enseguida buscamos al autor. Bien sea que elijamos como poseedor de la autoría a la naturaleza o a Dios, conservamos la idea de que la creación posee belleza como sello fundamental. Casi como marca de calidad.
Al ejercitarnos como creadores. Al decir verdad como transformadores de la realidad, buscamos que ese sello de la belleza esté plasmado en la obra. Ese es el sello de la creación.
El regocijo de la creación no es el único que nos da la belleza. Lo bello, en sí mismo debe traer contento, bienestar, alegría, júbilo u otras sensaciones de euforia en distinto grado. En todo caso, la belleza es el alma emocional de las cosas, bien sean creadas por el hombre o dispuestas naturalmente e interpretadas por él.
La belleza nos es útil para asimilar que todo nuestro paso por este mundo debe contener aspectos emocionales de tipo positivo, eufórico, y aspectos de raciocinio. Pero sobre todo para hacernos sentir que estamos vivos para algo que no es el sufrimiento.
A la media noche en punto comienzo a escribir este RealizArte en el que incluyo una reflexión animal sobre la comunicación, sin mayores pretensiones zoológicas que el hacerme pensar. Y tal vez que el lector haga lo mismo.
Continúo en la recopilación de fragmentos sobre los múltiples sentidos de la vida. Que yo reduje a cinco por pura limitación de espacio perceptivo. Prosigo con fragmentos del libro agotado Cinco Sentidos de la Vida.
El resto, después de media noche, en la soledad de su propia lectura, se lo dejo a quien mire estos escritos y quiera convertirlos en algo útil en su propia vida. Si es así, házmelo saber.
AGRADECIMIENTO
Las fotografías que ilustran este RealizArte son de diversos autores y autoras. Debo destacar especialmente a Kira kariakin, talentosa venezolana, quien nos presta imágenes de Sonargaon, Bagladesh, publicadas en su estupendo blog K-MINOS, cuya dirección es: http://www.k-minos.com
Asimismo presento algunas fotos de Eric Ryan Anderson, la que inicia este número del blog, de Gonzalo Azumendi, la de la playa portuguesa en un crepúsculo de aves y de algunos anónimos amigos de los animales.
Eso de comunicarnos no es exclusividad del ser humano. En ocasiones nos ufanamos de creer que somos los únicos en la tierra que lo hacemos. Y por cierto bastante mal, según los resultados en muchos casos. Hablar, pues sí. Eso sí hacemos bastante y es casi exclusivo de nosotros los humanos. Sobre todo cuando hablamos mucho para no decir lo que tenemos que decir.
En la comunicación como modo práctico de referencia nos ganan hasta las hormigas. Van al grano. De azúcar, generalmente, sin perderse ni perder tiempo en criticar el modo de producción que les otorgó la naturaleza. Esto no quiere decir que no haya que criticar. Si no qué es esto que hago. Me refiero a la crítica de pozo sin fondo, la que consume tiempo en la caída y nunca se oye el golpe seco o el splash líquido con que debe culminar todo.
También las aves nos aventajan con suficiencia en la comunicación para cortejar a las hembras. Machista esa naturaleza. Quién baila, se pavonea o emite los sonidos de un ave cuando busca novia. El seco ruido de las teclas en un cortejo de internet o algunos susurros románticos al oído, que no superan la vistosidad del despliegue del pavo real o del colibrí.
Y hasta en la comunicación social. No la de los periodistas o, cinematógrafos, reporteros, escritores, publicistas y otras especies, me refiero. Sino a esa comunicación que nos acerca a un círculo de amistad y respeto, rencillas y humillaciones, crueles exclusiones o dominios absolutos. En esa también nos ganan, por ejemplo los primates. Se reúnen, hacen ruidos, se sacan las pulgas, en vez de los trapos al sol, discuten enseñándose los dientes, huyen o gritan. Y lo hacen con la precisión de un momento oportuno. Acabada la sesión, casi como psicoanalistas, se retiran a otros quehaceres.
Los seres humanos creemos que nuestra cháchara interminable es comunicación. Solamente a veces. La mayor parte sólo sirve a cada uno de los emisores, como drenaje por la boca de vapores contenidos en el corazón.
Son innumerables las veces que hablamos por el simple gusto de escucharnos emitiendo sonidos con significado. No importa cuál. Eso, creemos, nos hace superiores a otras especies. Pero a veces la efectividad de esa acción es casi nula.
Hoy escuchaba en silencio ese ejercicio de drenaje en la nada. Y no pude menos que pensar y reflexionar sobre el poderoso instrumento que tenemos, la palabra, que gastamos en mil fruslerías. Esa tal vez sea la naturaleza humana.
Pero esa misma palabra me sirve para comunicarte esto. O para comunicármelo a mí mismo como advertencia a mis propios excesos en el verbo.
No se trata de quedarme en un solo ejercicio reflexivo, en una sola conversación de tanta altura que le falte el oxígeno. No. Valen los desvaríos. Los errores. Las correcciones titubeantes.
No se nos exige sólo practicar el verbo de tal forma que lleguemos a un estreñimiento absoluto de la palabra. Sería también morboso. Pero, en todo caso deberíamos valorar, como en la música, los silencios oportunos.
No sé. Eso creo yo. Tal vez opines diferente. Si es así, dilo. No cayes para siempre.
Dos personas pueden participar de la verdad. Y, sin embargo, estar enfrentados por ella. Cuando se cree poseer la verdad, es inevitable que suceda esa reacción de defensa o de ataque. No se ve al otro sino como una amenaza de lo que se posee. La verdad no es algo que se posea, como se tiene un objeto. La verdad tan solo se produce en un momento dado en nosotros, en cada uno de nosotros. Y se produce casi como una gracia que alcanzamos y no como una meta que logramos al fin. Si pretendemos sostenerla, someterla, sojuzgarla, ella deja de ser. A menudo cambia, y lo que mostramos como verdad, es apenas un cadáver de lo que fue. Si dejamos que sea como es, cuando está en nosotros y con nosotros, es posible disfrutar de su plenitud. Y tal vez comprendamos un poco más su naturaleza.
Algunas personas creen que nada es verdad. Pero se niegan hasta su propio pensamiento. Si nada es verdad, su afirmación tampoco lo es. Esta contradicción en el plano de las palabras e ideas manifiesta en cierta forma la naturaleza de las verdades en nuestro mundo de ideas. La negación o la afirmación absoluta parecen no ser valederas para lo que expresamos en palabras. La verdad absoluta puede existir sólo más allá de las palabras. Y probablemente sería una convicción inexpresable. Afirmar la inexistencia absoluta de la verdad es también completamente inútil y absurdo. Sucede a menudo que esta negación se basa en el hecho de un enfrentarse con la apariencia de las cosas. Mucho de lo aparente es incierto, es tan sólo una simulación. Pero ello no basta para desestimar la verdad como algo posible. Quien niega la verdad es porque en algún momento ha creído en ella y se ha desilusionado. Entonces la descalifica. En el punto de desilusión es mejor aceptar la posibilidad de la equivocación. Y esperar que la verdad funcione en nuestras vidas también como una posibilidad.
El mundo de los sentidos es un mundo de ilusión. Todo parece ser. Lo que hace ser lo que es, a cada cosa, a cada persona, permanece oculto. Tenemos acceso directo a la apariencia. Podemos conformarnos con estructurar mentalmente esas relaciones de apariencia y obtener una explicación evidente del mundo. Pero, puesta a prueba, esa organización de la realidad se tambalea. No responde a la pregunta de por qué. Muchas veces debemos conformarnos con la respuesta inmediata: Eso es así porque es así. Pero intuimos que debe haber una respuesta más allá de lo evidente. La ciencia ha explorado los porqués, llegando a adentrarse en explicaciones más complejas sobre lo que ya no es tan evidente. Pero a menudo la ciencia está determinada por la premisa de que la explicación se oculta en el mismo plano de lo sensible. Sólo que debemos perfeccionar los medios para acceder a las explicaciones. Es posible que la verdadera explicación pueda provenir de otro punto. El que se oculta tras las apariencias. El que anima a toda explicación a llegar a una conclusión valedera.
La simulación es con frecuencia artífice de las explicaciones en el mundo que nos rodea. Lo que es, se oculta. Lo que parece, se presenta como verdad. Ante esta presencia de una falsa verdad, nos preguntamos sobre la real existencia de la verdad misma. La verdad se oculta para aparecer sólo a los ojos de aquel que está dispuesto a aceptarla como una guía en el camino que transita. La verdad parece ocultarse cuando nos sumergimos en múltiples razonamientos, en cantidad de información que no aclara los problemas que planteamos. La verdad aparece clara para el que está dispuesto a aceptarla como una posibilidad. Para aquel que no se cierra ni abriga el deseo de querer establecerla rígidamente y hacer de ella un objeto extraño de culto. La simulación que oculta verdades y disfraza falacias como certezas supremas, no puede engañar a quien está dispuesto a ver las cosas con claridad y sencillez.
La verdad como experiencia admite sólo la contemplación. La discusión o el raciocinio son parte de otro proceso. La verdad que vivenciamos no es discutible. Podemos poner en duda aspectos relacionados con las conclusiones de nuestro razonamiento. Podemos poner a prueba incluso esto que afirmamos ahora, como medio para obtener seguridad en nuestro mundo mental. Pero de la verdad como experiencia no podemos decir nada. Tan solo podemos observarla como una realidad indiscutible. Existen entonces diversos niveles para evaluar lo que creemos verdad. Uno que se produce mediante el proceso mental o mediante la inferencia intelectual. O verdades surgidas por el acopio de datos sometidos a prueba, como las verdades científicas. Pero la verdad experimentada como tal, conserva la primacía en su elemental señalamiento, en su incontestable serenidad contemplativa.
Más que una palabra bien dicha, la verdad se encuentra en la relación entre esa palabra y la realidad que describe. Una palabra adecuada puede ocultar la verdad. Puede ofrecer tan sólo una interpretación de la realidad, que vela u oscurece el panorama, que impide ver las relaciones que tiene esa realidad. Por eso una mentira es siempre una verdad aparente. Una palabra dicha para ocultar, antes que esclarecer, para desviar antes que guiar hacia un resultado. La verdad no se basa sólo en palabras adecuadas, sino en oportunas relaciones de las cosas que se quieren ver, reveladas por la palabra. La palabra por sí sola no expresa la verdad. Debe existir la intención y el proceso de esclarecimiento que permita presentar un conocimiento adecuado al que busca la verdad. La intención no basta para establecer algo como verdad. Pero es necesaria para que ésta pueda aparecer. Al igual que la palabra adecuada, la intención de encontrar la verdad debe estar presente, en cualquier aseveración que pretende reflejar la verdad. Porque sin palabras es difícil expresar ante los demás lo que se cree la verdad. Por ello es necesario encontrar un equilibrio entre las palabras y su significado, mediante el ejercicio de la intención adecuada. La verdad que no es sólo la palabra, puede vestirse de palabra para aparecer como una posibilidad ante todo aquel que está dispuesto a sondear en su interior por significados propios.