miércoles, 22 de octubre de 2008

Día 38



Generalmente los días lluviosos me atraen, son agradables. El agua purifica y precipita los vahos pesados. Pero este de hoy fue además un día oscuro. Y me dejo cierto sabor amargo.

Los días tienen sabor. Es cosa de acercarse a ellos con el gusto. Y con gusto. Mas no es el momento de gastronomía calendaria. Me comeré los días uno a uno, lentamente. Procuraré una buena digestión.

La amargura que desplegó esta jornada en sus nubes oscuras no se correspondía a mi afán de trabajo acelerado, entretenido en su monotonía. Algunas ayudas bien intencionadas nutrieron el repertorio de las posibles respuestas al problema planteado en estos encuentros. Cuestión de explorarlas.

Pero la amargura persiste porque hay una especie de intuición soterrada que me hace ver, en este momento, con las manos vacías. No es un simple pesimismo. Yo soy altamente optimista. De lo contrario me hubiera abandonado a la buena de Dios o a la mala del diablo, a ver que pasa.

No es mi caso. Ya uno percibe un inventario de vacíos. Y que la respuesta a mi búsqueda no ha llegado. No ha tocado mi puerta aún. Pero persisto, por sobre esa corriente de hiel que me atraviesa hoy, en proclamar que hay salida. Y que la salida es digna y justa para todos.

Tal vez sea una entrada. No una salida. Y por eso debo dar un cambio a mi manera de ver las cosas. Voltear el saco. Ponerme en el otro extremo para ver desde otra perspectiva mi propia figura avanzando.

Hoy entiendo que tal vez mi cuenta de días no termine en cero. Puede acabar antes de cero o en un número negativo. Lo ideal sería que en cero todo problema se hubiese ya resuelto y dejara abierta una serie de posibilidades. Que en ese momento celebrara con fuegos artificiales y música de orquesta de vientos y percusión.

Bueno, el ejercicio de la palabra me alivia levemente de ese sabor bilioso. Un poco de acidez y dulzor, junto a la sal de la vida, me dan un espectro equilibrado. Un fantasma de humor ácido que en ratos de melancolía canta odas de amor y se burla de sí mismo hasta las lágrimas. Saladas lágrimas del conocimiento.


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