domingo, 19 de octubre de 2008

Día 41



Las señales que nos ofrece la vida en su transcurrir, tomando la metáfora del camino, ha sido y continúa siendo uno de mis temas favoritos en el desarrollo personal y en las reflexiones y escritura que facilitan ese proceso.

Las señales son mudas si no hay quien las interprete o si quien pasa junto a ellas no las detecta y las identifica como tales.

En el fondo, el problema de observar e interpretar las señales es el del desarrollo de la intuición.

Podemos darnos cuenta súbitamente que algo nos ocurre y de su solución o de las posibles soluciones que entraña. De igual forma, podemos percibir nuestra manera particular de encarar los problemas y afinar, en ese estado de conciencia, las maneras que utilizamos en esa resolución.

Esa inmediata iluminación sobre soluciones y formas de emprender el hallazgo de respuestas a los dilemas de la vida es fruto de la intuición que integra múltiples señales en una síntesis comprensiva y esclarecedora.

Ese proceso de esclarecimiento puede ser inmediato o secuencial, puede darse de forma gradual o a brincos. Pero en todo caso no es un proceso lento, porque nuestro procesamiento mental, siempre caracterizado por las diferencias individuales, será en todo momento un chispazo de luz. Y su celeridad la del relámpago. (Bueno, esto suena mejor que hablar de sinapsis y de velocidad de impulsos neuroeléctricos.)

He descubierto hoy algunas señales. Las compartiré contigo.

Un comentario a estas reflexiones abrió el ciclo de respuestas diario. Fue una primera señal iluminadora. Un fragmento de un poema de T. S. Eliot sirvió para identificarme con un proceso perenne. Me di cuenta en ese momento del inicio que vendrá:

“Las casas viven y mueren, hay un tiempo para construir
y un tiempo para vivir y engendrar,
y un tiempo para que el viento rompa el cristal desprendido
y agite las tablas del suelo donde trota el ratón de campo,
y agite el tapiz hecho jirones con un lema silencioso.
En mi comienzo está mi fin…” (East Cocker, de Cuatro Cuartetos)

El comentario de la Escritora y artista visual, a la que quiero llamar simplemente amiga, me indicó, como una gran señal luminosa, una vía, tal vez fluvial, imagino ahora, un afluente nuevo, en la corriente reflexiva que he seguido. Inicio a cada momento, nada realmente finalizo.

Luego exploré el blog Inteligencia (http://www.ricardoros.com/blog) como hago todos los domingos, y continuaron surgiendo señales a mi entender. Comenzaba el autor con esta frase Podemos aprender de todo lo que nos ocurre. Incluso las cosas más insignificantes pueden tener gran valor si sabemos aplicarlas y sacar conclusiones. No es poco lo que me ocurre, me dije con un poco de autocompasión, pero enseguida encontré sentido a lo que luce diminuto en la metáfora del río que se nutre de pequeños afluentes. Todo lo pequeño es importante porque va a formar la totalidad. Las respuestas se forman del ensamblaje de los aprendizajes parciales.

Una respuesta se nutre de muchas respuestas, de múltiples puntos de vista, de la observación y práctica de variadas formas y de la integración de diversas facetas. Es como armar un rompecabezas multidimensional, donde la reunión de las piezas les hace cobrar sentido repentinamente. O como ver las nubes con otra manera de mirar, encontrando en ellas nuevas formas.

En ese blog hice un comentario y enseguida me percaté que era una proposición que me formulaba a mí mismo. Esclarecí el sentido original de esta Cuenta de días que voy llevando desde hace diez jornadas: la diversificación de respuestas, de recursos, de puntos de vista para la resolución de algo que me parece un problema. O, tal vez de un conjunto de múltiples problemas.

Terminaré con un deseo expresado en forma anacrónica.

¡Que caigan todos los afluentes al río y que se forme una gran respuesta que me haga avanzar hasta el mar del conocimiento, donde mora la práctica en heterogéneas formas llenas de vida sin preocupación alguna!


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