jueves, 23 de octubre de 2008

Día 37



Reviso nuevamente el tópico de los ciclos en la vida. Para ello no tengo que ir muy lejos. Tan solo ver esto que diariamente escribo. Obedece a un fluir donde noto picos y valles.

Continúo con la geografía virtual de la escritura. Me deslizo entre esas montañas de la vitalidad –que exigen el esfuerzo ya anotado días atrás– y las hondonadas de silencio. A veces pretendo sofocar estas últimas con voces de disciplina, de empeño en proseguir el ejercicio, en forzar mis respuestas.

Apercibo que todo es necesario. El ir y el venir, el subir y bajar, el remontarla voz y el callar. Al igual que un paisaje plano, si no hubiesen esos accidentes de la geografía mental, no nos percatáramos de las diferencias, no apreciáramos sino un horizonte lineal.

Pero incluso, el horizonte de la llanura permite distinguir el suelo del cielo. Siempre el contraste, los opuestos están presentes para darle relevancia a la experiencia.

Hoy continúo en un ciclo bajo. Mi producción, lo reconozco, es reiterativa. Aspiro que, al menos, sea correcta.

He dado una vuelta en el ciclo y me encuentro en la siguiente espiral de la montaña. Tal vez más abajo, tal vez más arriba. Todo parece igual. Luce como si hubiese bajado. Pero estoy, simplemente, en otro lugar. En el día 37. Y la cuenta prosigue su rumbo regresivo.

Ante esta evidencia que me resta aliento, me dedicaré a la solución de problemas lógicos abstractos el resto del día. Y al ocio que me pueda permitir ese ejercicio y la máxima dedicación a la rutina.


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