sábado, 8 de noviembre de 2008

Día 21


En ocasiones me asalta la duda sobre esto que estoy haciendo. Sobre escribir de algo que me ocurre diariamente en mi angustiosa carrera contra el tiempo. Retratar días que avanzan en retroceso hasta el vencimiento del plazo de estar en la vivienda que ocupo junto a mi familia.

Sé que, en el fondo, ese problema particular no es lo más importante. El asunto es el reto de vida que plantea, por más que luzca desesperante la situación. Lo más relevante es cómo sobrevivir a la existencia misma en estas circunstancias. Las enseñanzas de vida en estados límite, la comunicación y retroalimentación que recibo en este ejercicio y lo que él, como oficio de escritura, representa para mí en todo este contexto.

El problema particular se resuelve. Aunque la respuesta no esté aún clara. El proceso de resolución es el problema mismo. Así lo he sostenido desde hace días.

Lo que voy aprendiendo, lo voy trasladando al texto que da testimonio de ese proceso. Este texto que aquí ves. Y ello queda.

Esto me lleva al tema, nuevamente, que comencé a tratar ayer sobre la importancia o vivencia de la escritura.

El oficio de escribir es una liberación. Cuando lo digo de esta manera no me refiero a que es un escape de los dilemas y dificultades que tenemos que afrontar. La escritura en sí misma es una forma de enfrentar las dificultades, buscando y encontrando respuestas. Respuestas que me las das tú y las elaboro también yo. El diálogo del texto con el texto se convierte en un ejercicio de mayéutica donde las preguntas son las de la vida misma a través de la cotidianidad que me toca enfrentar.

Por ello, este encuentro es una oportunidad de crecimiento como persona, una oportunidad de encontrar revelaciones en el intersticio de las palabras.

Sé que toda esta posibilidad se basa en una suposición optimista: El problema material se resolverá. Y debe llevar una enseñanza más allá de lo inmediato, más allá del simple alivio de la presión adyacente, la de una olla infernal donde aguardo a que todo se cocine bien.

Soy optimista. Porque sé que, en algún momento, tocaré el fondo del problema. Esto me permitirá un impulso enorme para salir de él. Aunque ese impulso sea la propulsión de en un trampolín que me permita hacer un extraordinario salto ornamental hasta la fosa de las Marianas.

Incluso allí, en la oscuridad total encenderé una luz, sin importar que los fósforos estén mojados. La luz interior, al fin y al cabo, no necesita encendedor físico.


1 comentario:

Milagro Haack dijo...

Mis saludos José Gregorio.
Hay un poco de calma, siento que vivirla es un goce. Saber que es mejor caer y ver las cosas desde abajo, podría ser una chispa de luz. Bueno uno dice mientras te lee, pero quizás no esté allí el inicio. Siempre con la fe en si mismo, saber que después de caer el disfrute de iniciarse junto a la familia, a los amigos, a los días recorridos que nos hacen ser espejo, sin embargo, el propio reflejo lo tienes tu cada día, aún así te acompañamos aunque sea con nuestras inquietudes sanas por supuesto. Siempre las puertas abren otros horizontes, las palabras dichas están y esta frase me la llevo conmigo hoy: La luz interior, al fin y al cabo, no necesita encendedor físico. Ella siempre está mientras nuestra conciencia muestra alguna sombra pero detrás de es agudeza ella alumbra hasta lo lejos que es la comprensión humana. Eres honesto y por ello hay luz y mucho más en todos tus días…
Un gran abrazo y gracias por la nota de ayer a la escritora y artista visual… espero que hoy no salga, gracias por hacerme ver lo que era un error. El nombre siempre será la huella, lo que a esa huella le agregan los demás, uno debe guardarla. Agraciada siempre
Su amiga
Milagro