viernes, 7 de noviembre de 2008

Día 22


Perder la paciencia es un mal menor frente a todo el proceso de envilecimiento que se puede sufrir como familia, en circunstancias como las que nos toca vivir. Es una especie de mal menor, de locura momentánea en la que olvidamos el aprendizaje de toda la vida para sucumbir ante los arranques sugeridos por el miedo.

No voy a justificar lo sucedido ayer. Allí está. Ni siquiera lo corrijo o lo censuro. Quedó escrito en la nube. La idea es continuar, a pesar de las fallas que se le van presentando a uno en el camino.

Confieso el enardecimiento de ver calificada mi obra como inútil. Allí comenzó todo. Porque era como considerar mi existencia con el mismo epíteto. Pero esa visión es mi forma personal de mirar mi vida: lo que hago es una unidad indivisible conmigo. Ello no es necesariamente igual para cualquier otro espectador externo. Por más cercano que me sea.

Quien vive la escritura como un acto de construcción personal sabe que su obra es la consecuencia de ese ejercicio constante. Pero siendo una consecuencia, puede tener mayor o menor fortuna en su capacidad de expresar lo que quiere expresar. Mis obras particulares no son todo lo que soy. El ejercicio de hacerlas, de escribir, me construyen más de lo que yo puedo construirlas a ellas. Porque una vez hechas no me pertenecen. En cambio, lo que la escritura produce en mí, continúa haciéndome evolucionar como persona.

Esto, más que una distinción puramente mental, es un discernimiento que se traduce en la realidad. Si bien soy responsable de lo que escribo, también puedo rehacer ese camino. Cuántas palabras no quedan borradas poco después de dichas porque no satisfacen el objetivo que persigo con su construcción. Cuántas páginas no pasaron voluntariamente al olvido.

Incluso, en lo que se publica y pertenece al terreno del lector, puedo hallar diferencias y yerros que me distancian de esa obra particular, desde el punto de vista de mis posiciones más recientes.

Yo puedo avanzar o retroceder pero mis escritos, impresos o publicados en la red, quedan allí, ajenos. No puedo – ni quiero – convertirme en aquel fabuloso personaje de Ruiz Zafón en La Sombra del Viento, que pretendía borrar toda una obra de escritor con el fuego. Siempre algo o alguien la salvarán del exterminio total.

Las frases que nunca se quisieron decir, pero se expresaron, cobran total autonomía en el mundo de la escritura. Todo lo que diga puede ser utilizado en mi contra. O en mi favor. El poder de la palabra revive, se transforma, se redimensiona en la escritura.

Así que mi obra es parte de lo que soy, pero ella no es enteramente quien soy. Puede incluso ser quemada. Pero mis ideas sobrevivirán a la pira biblioclástica mientras exista la consciencia o un resto de ella en alguien.

Vivir la escritura, de esta manera, no siempre es vivir de la escritura. Quien pueda hacerlo habrá alcanzado, seguramente por esfuerzo y mérito propios, una posición de responsabilidad, más que de simple privilegio. Es la dedicación exclusiva al ejercicio de su vocación que se convierte en una pasión vital.

Quien no cubre sus necesidades materiales totalmente con este esfuerzo de escribir, sabe que su labor se convierte en un denuedo esencial, primordial, primario, que busca privilegiar ese ejercicio robando tiempo a los ratos libres, a las horas del sueño, al descanso y a la relación familiar. No es poca la frustración, en ocasiones, frente los retos de la escritura, cuando apuran las necesidades y la labor asalariada cotidiana pretende la postergación de lo importante, del escribir.

Pero escribir es algo de lo que uno no puede prescindir, si no quiere también hacerlo de la existencia consciente misma y probar la suerte de los muertos vivientes. Puede y, a menudo, tiene uno que ejercer una doble identidad laboral. Mas nuncacomo el dilema que le sucede a los súper héroes de historietas dejar de lado ese trabajo de medio tiempo que le da sentido a la existencia.

Hoy me siento con mayor claridad. Al menos en ese aspecto. Y puedo dedicarme tranquilamente a la ansiedad de encontrarle solución al problema de la vivienda.

Agradecimiento

Expreso mi agradecimiento perenne a la querida amiga escritora y artista visual quien, temprano, me hizo ver con mayor luminosidad algunos aspectos esenciales del apasionante tema que hoy compartí contigo, estimado lector, estimada lectora.


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