Perder la paciencia es un mal menor frente a todo el proceso de envilecimiento que se puede sufrir como familia, en circunstancias como las que nos toca vivir. Es una especie de mal menor, de locura momentánea en la que olvidamos el aprendizaje de toda la vida para sucumbir ante los arranques sugeridos por el miedo.
No voy a justificar lo sucedido ayer. Allí está. Ni siquiera lo corrijo o lo censuro. Quedó escrito en
Confieso el enardecimiento de ver calificada mi obra como inútil. Allí comenzó todo. Porque era como considerar mi existencia con el mismo epíteto. Pero esa visión es mi forma personal de mirar mi vida: lo que hago es una unidad indivisible conmigo. Ello no es necesariamente igual para cualquier otro espectador externo. Por más cercano que me sea.
Quien vive la escritura como un acto de construcción personal sabe que su obra es la consecuencia de ese ejercicio constante. Pero siendo una consecuencia, puede tener mayor o menor fortuna en su capacidad de expresar lo que quiere expresar. Mis obras particulares no son todo lo que soy. El ejercicio de hacerlas, de escribir, me construyen más de lo que yo puedo construirlas a ellas. Porque una vez hechas no me pertenecen. En cambio, lo que la escritura produce en mí, continúa haciéndome evolucionar como persona.
Esto, más que una distinción puramente mental, es un discernimiento que se traduce en
Incluso, en lo que se publica y pertenece al terreno del lector, puedo hallar diferencias y yerros que me distancian de esa obra particular, desde el punto de vista de mis posiciones más recientes.
Yo puedo avanzar o retroceder pero mis escritos, impresos o publicados en la red, quedan allí, ajenos. No puedo – ni quiero – convertirme en aquel fabuloso personaje de Ruiz Zafón en
Las frases que nunca se quisieron decir, pero se expresaron, cobran total autonomía en el mundo de
Así que mi obra es parte de lo que soy, pero ella no es enteramente quien soy. Puede incluso ser quemada. Pero mis ideas sobrevivirán a la pira biblioclástica mientras exista la consciencia o un resto de ella en alguien.
Vivir la escritura, de esta manera, no siempre es vivir de
Quien no cubre sus necesidades materiales totalmente con este esfuerzo de escribir, sabe que su labor se convierte en un denuedo esencial, primordial, primario, que busca privilegiar ese ejercicio robando tiempo a los ratos libres, a las horas del sueño, al descanso y a la relación familiar. No es poca la frustración, en ocasiones, frente los retos de la escritura, cuando apuran las necesidades y la labor asalariada cotidiana pretende la postergación de lo importante, del escribir.
Pero escribir es algo de lo que uno no puede prescindir, si no quiere también hacerlo de la existencia consciente misma y probar la suerte de los muertos vivientes. Puede y, a menudo, tiene uno que ejercer una doble identidad laboral. Mas nunca –como el dilema que le sucede a los súper héroes de historietas– dejar de lado ese trabajo de medio tiempo que le da sentido a la existencia.
Hoy me siento con mayor claridad. Al menos en ese aspecto. Y puedo dedicarme tranquilamente a la ansiedad de encontrarle solución al problema de la vivienda.
Agradecimiento
Expreso mi agradecimiento perenne a la querida amiga escritora y artista visual quien, temprano, me hizo ver con mayor luminosidad algunos aspectos esenciales del apasionante tema que hoy compartí contigo, estimado lector, estimada lectora.
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