A la luz de la medianoche en estos tiempos de oscuridad, me llegó una idea de alguien que quiere ayudarme. Un hermano que se trasnocha ante mi problema y lo hace suyo. Le da vueltas en su cabeza y promueve soluciones para ver si en alguna de ellas encontramos una que se adapte a nuestra medida.
Más allá de la factibilidad de la solución ingeniosa que nos da, está el sustrato de su declaración. En ella percibimos un valor fundamental para la resolución de problemas: la convivencia.
Convivir con otras personas alivia las dificultades en la misma medida en que alejamos el individualismo a ultranza. Aunque no sea fácil convivir con otros – y a veces con nosotros mismos, es decir, conmigo mismo – la enseñanza que trasmite la convivencia es el de una elección por la vida, antes que la mal vivencia que nos separa como fragmentos irresolubles.
Si unimos esfuerzos encontramos soluciones más fuertes. Siempre que los esfuerzos vayan hacia las mismas metas, el impulso será mayor. La convivencia es el arte de reunir las dispersas individualidades y convertirlas en una comunidad. Una unidad común, un derecho y valor personal que nos ayuda a todos los que conformamos esa mancomunidad de esfuerzos.
Puede parecer un discurso de trasnocho. Pero es una posibilidad. No sé si la que se dará como definitiva, pero sí una opción factible, estemos donde estemos.
Encuentro pues dos o tres ideas fundamentales al cierre de este día 25: los problemas ajenos mueven
Una luz brilló en la noche oscura. Y aunque fuese una estrella fugaz, al menos le pediremos un deseo para tener la ilusión, bien fundada, de continuar vivos y juntos.
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